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11.10.24
ReLaTo. Una Noche para Recordar.
Andrés tenía 20 años cuando decidió salir de su zona de confort. No había sido fácil. Siempre había sido tímido y reservado, especialmente cuando se trataba de su orientación sexual. Pero esa noche, en pleno verano, algo dentro de él se revolvía, una necesidad de ser libre y de explorar más allá de los límites que se había impuesto a sí mismo. Así fue como terminó en un bar de ambiente, un lugar del que había oído hablar, pero nunca había tenido el valor de visitar.
El lugar se llamaba "El Refugio", un nombre que sonaba prometedor y acogedor. Era un bar pequeño, con luces de neón que titilaban en la entrada y música que se filtraba por las puertas, envolviendo a quienes pasaban por ahí. Andrés entró, su corazón latía con fuerza en su pecho. Se sentía fuera de lugar, pero también emocionado.
El interior del bar estaba lleno de vida. Parejas bailaban, amigos reían y charlaban animadamente en la barra, y todo el ambiente vibraba con una energía que Andrés nunca había experimentado. Caminó hacia la barra, intentando no parecer demasiado incómodo, y se sentó en uno de los taburetes.
—¿Qué te sirvo? —preguntó el barman, un hombre corpulento con una sonrisa amable.
—Un gin tonic, por favor —respondió Andrés, su voz apenas audible sobre el bullicio del bar.
Mientras esperaba su bebida, se permitió observar a su alrededor. Había gente de todas las edades, razas y estilos, todos compartiendo un espacio donde podían ser ellos mismos sin miedo a ser juzgados. Andrés se sintió un poco más relajado, y una pequeña sonrisa se formó en sus labios.
—Aquí tienes —dijo el barman, colocándole el gin tonic frente a él.
—Gracias —respondió Andrés, tomando un sorbo y dejando que el alcohol quemara suavemente su garganta.
Fue entonces cuando lo vio. Al otro lado del bar, un hombre de unos 30 años estaba sentado solo, con una copa en la mano y una expresión pensativa en el rostro. Tenía el cabello oscuro y desordenado, y una barba bien cuidada que enmarcaba su rostro atractivo. Andrés no podía apartar la vista de él. Había algo en su presencia que le resultaba magnético, una mezcla de seguridad y vulnerabilidad que lo atrapaba.
El hombre levantó la vista y sus ojos se encontraron. Andrés sintió que el tiempo se detenía por un momento. Era una conexión instantánea, una chispa que encendió algo dentro de él. El hombre sonrió, una sonrisa cálida y sincera que hizo que Andrés sintiera mariposas en el estómago. Sin pensarlo dos veces, el hombre se levantó y caminó hacia él.
—¿Puedo sentarme aquí? —preguntó, señalando el taburete vacío junto a Andrés.
—Claro —respondió Andrés, tratando de mantener la calma, aunque su corazón latía con fuerza.
—Me llamo Javier —dijo el hombre, extendiendo la mano.
—Andrés —respondió él, estrechando la mano de Javier y sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo.
—¿Primera vez aquí? —preguntó Javier, levantando una ceja con curiosidad.
—Sí, se nota mucho, ¿verdad? —dijo Andrés con una risa nerviosa.
—No te preocupes, todos hemos estado ahí. Este lugar puede ser un poco abrumador al principio, pero pronto te sentirás como en casa —dijo Javier, su voz suave y tranquilizadora.
Comenzaron a hablar, y la conversación fluyó de manera sorprendentemente natural. Andrés se sorprendió de lo fácil que le resultaba hablar con Javier, compartir sus pensamientos y sentimientos sin temor a ser juzgado. Descubrió que Javier trabajaba como arquitecto y que le apasionaba la música y el arte. Compartieron historias de sus vidas, risas y momentos de silencio cómodo, cada vez más cerca el uno del otro.
La noche avanzaba y el bar seguía lleno de vida, pero para Andrés y Javier, el mundo exterior se desvanecía. Estaban inmersos en su propia burbuja, explorando una conexión que ambos sentían cada vez más profunda.
—¿Te gustaría bailar? —preguntó Javier de repente, extendiendo su mano hacia Andrés.
Andrés dudó por un momento, pero algo en la mirada de Javier lo convenció. Tomó su mano y lo siguió a la pista de baile. La música era animada, una mezcla de ritmos latinos que llenaban el aire. Al principio, Andrés se sentía torpe y fuera de lugar, pero Javier lo guiaba con confianza, sus movimientos fluidos y llenos de gracia.
—Relájate, solo siente la música —le susurró Javier al oído, su aliento cálido enviando un escalofrío por la espina dorsal de Andrés.
Andrés cerró los ojos y dejó que la música lo envolviera. Se permitió dejar de lado sus inseguridades y simplemente disfrutar del momento. Pronto, sus cuerpos se movían al unísono, sincronizados en una danza que se sentía casi mágica. Cada giro, cada paso, los acercaba más, y Andrés podía sentir el calor del cuerpo de Javier contra el suyo, la conexión entre ellos intensificándose con cada segundo que pasaba.
Cuando la canción terminó, ambos estaban sin aliento, sus rostros tan cerca que podían sentir la respiración del otro. Javier sonrió y, sin decir una palabra, se inclinó hacia adelante y besó a Andrés. Fue un beso suave, lleno de ternura y promesas. Andrés sintió que su corazón se derretía, y correspondió el beso con la misma intensidad, perdiéndose en el momento.
—Llevo esperando mucho tiempo para hacer eso —dijo Javier cuando se separaron, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y vulnerabilidad.
—Yo también —admitió Andrés, sintiendo una felicidad que nunca había experimentado antes.
Volvieron a la barra, todavía tomados de la mano, y continuaron su conversación. El tiempo pasaba sin que se dieran cuenta, y antes de que lo supieran, el bar comenzaba a vaciarse. El barman anunció la última llamada, y Andrés se dio cuenta de que no quería que la noche terminara.
—¿Te gustaría acompañarme a mi casa? —preguntó Javier, su voz suave, pero llena de esperanza.
Andrés asintió, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción. Salieron del bar y caminaron por las calles tranquilas de la ciudad, disfrutando de la compañía del otro y del aire fresco de la noche. Javier vivía en un apartamento no muy lejos, y cuando llegaron, Andrés se sorprendió por la calidez y el estilo del lugar. Había arte en las paredes y libros por todas partes, un reflejo del hombre que había conocido esa noche.
—Siéntete como en casa —dijo Javier, señalando el sofá mientras iba a la cocina a preparar algo de beber.
Andrés se sentó, mirando a su alrededor y tratando de asimilar todo lo que había sucedido esa noche. Nunca había imaginado que podría sentirse tan conectado con alguien en tan poco tiempo. Javier regresó con dos copas de vino y se sentó junto a él, su proximidad enviando un cálido cosquilleo a través de su piel.
—Ha sido una noche increíble —dijo Javier, entregándole una copa a Andrés.
—Sí, lo ha sido —respondió Andrés, sonriendo.
Bebieron en silencio por un momento, disfrutando de la compañía del otro. Finalmente, Javier rompió el silencio.
—No sé qué piensas tú, pero yo siento que hay algo especial entre nosotros. Algo que vale la pena explorar —dijo Javier, su mirada fija en los ojos de Andrés.
Andrés sintió su corazón latir más rápido. Sabía que estaba en un punto de inflexión, un momento que podría cambiar su vida para siempre.
—Yo también lo siento —respondió, su voz firme, pero llena de emoción.
Javier sonrió y, sin decir una palabra, se inclinó y lo besó de nuevo. Esta vez, el beso fue más apasionado, lleno de una urgencia que ambos sentían. Andrés se perdió en el momento, dejándose llevar por las sensaciones y la conexión que compartían.
Pasaron la noche juntos, explorando cada rincón de su recién descubierta intimidad. Hablaron hasta altas horas de la madrugada, compartiendo sus sueños, miedos y esperanzas. Cada momento que pasaban juntos fortalecía su vínculo, y Andrés se dio cuenta de que había encontrado algo que nunca había sabido que buscaba.
Con el amanecer, Andrés se despertó con la sensación de haber vivido un sueño. Javier estaba a su lado, dormido, y Andrés se tomó un momento para observarlo, maravillándose de cómo una noche podía cambiar tanto su vida. Se inclinó y besó suavemente a Javier en la frente, sintiendo una ola de cariño y gratitud.
Javier se despertó con una sonrisa y lo abrazó, sin necesidad de palabras. Ambos sabían que, aunque la noche había terminado, era solo el comienzo de algo maravilloso. Se levantaron y desayunaron juntos, disfrutando de la compañía del otro y de la promesa de un nuevo día.
Andrés se despidió de Javier con un beso, prometiéndose que volverían a verse pronto. Caminó de regreso a su casa, sintiendo una ligereza y una alegría que nunca había sentido.
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