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21.9.25
ReLATo. Una tarde en el pueblo.
Lucas y Matías, dos amigos de diecisiete años, vivían en un pueblo pequeño, rodeado de cerros y maizales. Eran inseparables, siempre metidos en travesuras: carreras en bicicleta, retos absurdos o bromas sobre quién conquistaría a quien.
Una tarde de verano, sentados en el porche de Lucas con gaseosas tibias, la conversación tomó un rumbo inesperado, íntimo y torpe, como solo pueden serlo las charlas entre adolescentes curiosos.
El calor era pegajoso, y el aburrimiento los tenía inquietos. Matías, siempre el primero en sacar temas raros, rompió el silencio.
—Oye, Lucas, ¿te has dado cuenta de cómo… cambian las cosas cuando creces? Digo, allá abajo. —Señaló vagamente hacia su entrepierna, con una mezcla de burla y nervios.
Lucas soltó una risa seca, casi atragantándose con la gaseosa.
—¿Qué? ¿Ahora eres experto en penes? —dijo, pero su tono traicionaba curiosidad. En el pueblo, nadie hablaba de esas cosas. La pubertad era un misterio que cada uno sorteaba solo, con rumores de vestuario o chistes malos.
—No, idiota —respondió Matías, rascándose la nuca—. Pero, no sé, ¿no te parece raro? Antes éramos unos mocosos y ahora… bueno, todo es diferente. Más grande, más pelo, y a veces… no sé, ¿no te pasa que se pone duro sin razón?
Lucas se puso rojo, pero no pudo evitar reírse. —Sí, es un lío. El otro día estaba en clase y, ¡pum!, tuve que quedarme sentado hasta que se me pasó. Qué vergüenza. —Hizo una pausa, mirando la botella en su mano
—. ¿A ti también te pasa eso?Matías asintió, aliviado de no estar solo. —Todo el tiempo. Y el otro día mi hermano mayor me dijo que es normal, pero que también hay que… revisarse, ¿sabes? Por si algo está mal.
—¿Revisarse? —Lucas frunció el ceño—. ¿Como qué? ¿Mirarte el pito a ver si está raro?
Matías sacó un folleto arrugado de su mochila, uno que había encontrado en la salita médica del pueblo. Era sobre salud masculina, con palabras complicadas y dibujos que parecían sacados de un libro de biología.
—Aquí dice que los hombres tienen que chequearse los testículos y eso. Y también algo de la próstata, pero eso suena a cosa de viejos. —Leyó un párrafo con voz torpe, tropezando con términos como “autoexamen” y “anomalías”.Lucas lo miró, entre divertido y horrorizado.
—¿Y qué, ahora vamos a juguetear con nuestras partes? Suena rarísimo.Pero la curiosidad pudo más. Matías, con su típico aire de “esto es por ciencia”, propuso que lo intentaran, solo para entender de qué iba.
—No es que nos guste, ¿eh? Es solo… para saber. Somos amigos, no va a ser raro. Lucas dudó, pero su orgullo lo traicionó. No quería parecer cobarde.
—Bueno, pero si esto se pone extraño, te pego. —
Entraron a la habitación de Lucas, cerraron la puerta y bajaron la persiana. El ambiente era tenso, como si estuvieran a punto de hacer algo prohibido.
Matías fue primero, intentando seguir las instrucciones del folleto. Se bajó los pantalones, con la cara ardiendo de vergüenza.
—Dice que hay que tocarse los… testículos, para ver si hay bultos raros. —Lucas, tratando de no reírse, lo observó con una mezcla de incredulidad y nervios.
—Esto es lo más estúpido que hemos hecho —dijo Lucas, mientras Matías, con dedos torpes, intentaba seguir el folleto. No había nada agradable en el momento, solo incomodidad y risas nerviosas.
Cuando le tocó a Lucas, fue aún peor. No sabían qué buscaban, y cada intento terminaba en un “¡para, qué asco!” o un ataque de risa para aliviar la tensión.Luego probaron con la próstata, pero fue un desastre. El folleto hablaba de un examen que sonaba imposible sin un médico, y los dos se rindieron rápido.
—Esto es para doctores, no para nosotros —dijo Matías, sudando—. Qué cosa más rara.
Se sentaron en el suelo, agotados por la vergüenza. Lucas rompió el silencio.
—Oye, ¿tú también tienes pelo… ahí? Porque yo al principio me asusté, pensé que era anormal.
Matías se rió. —Sí, un montón. Y mi voz cambió tan rápido que mi abuela pensó que estaba enfermo. ¿Y tú? ¿Cuándo te empezó a salir barba?
—Hace un año, pero es puro pelusa —admitió Lucas, tocándose la barbilla—. A veces pienso que nunca voy a entender cómo funciona este cuerpo.
Hablaron un rato más, sobre cómo sus cuerpos habían cambiado, las erecciones inoportunas, el acné que los volvía locos y las veces que se sentían perdidos en esa transición de niños a hombres. No fue una charla profunda, pero sí honesta, llena de bromas y confesiones a medias. La experiencia del “examen” no les gustó en absoluto; fue incómoda, torpe y los dejó con la certeza de que algunas cosas eran mejor dejarlas a los profesionales.
Al final, salieron al porche otra vez, con las gaseosas ya calientes. —¿Lo volveremos a probar? —dijo Lucas, y Matías asintió, serio por una vez.—Cuando nos apetezca.
.Lucas sonrió. —Sí, pero si le cuentas a alguien, te mato.Se rieron, y la tarde siguió como siempre: bicicletas, retos y planes para el partido del domingo. Pero algo había cambiado. Hablar de sus cuerpos, de los cambios, de la pubertad que los confundía, los hizo sentir menos solos. Necesitaban volver a tocarse y revisarse; la amistad, con sus risas y momentos incómodos, ya no era suficiente para enfrentar lo que venía.
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