4.10.25

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FlUidOS cOrPoRaLeS











 

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Jorge, de 21 años, entró al probador de la tienda con un par de jeans colgados del brazo. El lugar estaba casi vacío, solo se oía el eco lejano de los empleados moviendo cajas. Frente al espejo, su reflejo mostraba un cuerpo delgado, cabello castaño desordenado y unos ojos verdes que brillaban con una mezcla de nervios y excitación. Cerró la cortina con cuidado, asegurándose de que nadie pudiera ver. No estaba allí solo para probarse ropa. Había algo en la intimidad de ese cubículo que lo encendía, un secreto que lo hacía temblar de adrenalina. Se sentó en el banco, bajó la cremallera de su pantalón y dejó que su mano se deslizara hacia su entrepierna. Su erección ya estaba firme, y comenzó a acariciarse con movimientos lentos, dejando que el placer lo envolviera. Cerró los ojos, su respiración se volvía pesada, y su mano se movía con más ritmo, apretando y deslizando, perdido en la sensación.


No oyó los pasos. No notó el leve movimiento de la cortina. Pero un jadeo lo arrancó de su trance. Abrió los ojos y allí estaba José, de 19 años, parado en la entrada, con los ojos abiertos de par en par y el rostro encendido. José era moreno, con cabello oscuro y un cuerpo atlético que se marcaba bajo una camiseta ajustada. En su mano, unas camisas que parecían olvidadas. Sus ojos se clavaron en la mano de Jorge, aún sobre su miembro erecto, y en lugar de retroceder, dio un paso adelante.


—¿Qué… estás haciendo? —preguntó José, su voz temblorosa, pero con un tono que no era de reproche, sino de curiosidad ardiente.Jorge sintió el calor subirle al rostro, pero no se cubrió. Algo en la mirada de José lo detuvo: no era juicio, era deseo puro. 


—Ya lo ves —respondió Jorge, con un dejo de desafío, su mano aún quieta pero sin soltar su erección.José dejó caer las camisas al suelo y cerró la cortina detrás de él. El probador, ya pequeño, se volvió un espacio cargado de tensión. 


—No me voy —dijo José, su voz baja, casi un gruñido. Se quitó la camiseta con un movimiento rápido, dejando ver su pecho firme y su piel morena brillando bajo la luz tenue. Luego, sin dudar, se desabrochó el cinturón y bajó sus pantalones, revelando su propia erección, dura y pulsante, libre de cualquier ropa interior.


Jorge tragó saliva, hipnotizado. José se acercó, y sin mediar palabra, sus manos se encontraron. Jorge tomó el miembro de José, caliente y rígido, y comenzó a acariciarlo con movimientos firmes, deslizando su mano desde la base hasta la punta, sintiendo cómo José se estremecía. José respondió de inmediato, su mano envolviendo la erección de Jorge, apretándola con fuerza, moviéndola con un ritmo que arrancó un gemido de ambos. Se miraron a los ojos, sus respiraciones entrecortadas llenando el silencio. Las caricias se volvieron más rápidas, más intensas, sus manos trabajando en sincronía, explorando cada centímetro, apretando y deslizando con una urgencia que los consumía.


El calor entre ellos era insoportable. Jorge se inclinó y besó a José, un beso hambriento, sus lenguas enredándose mientras sus manos seguían moviéndose, masturbándose mutuamente con una mezcla de desesperación y placer. José gimió contra la boca de Jorge, y sus caderas se movieron instintivamente, buscando más fricción. El probador olía a sudor y deseo, y el espejo reflejaba sus cuerpos entrelazados, sus manos trabajando sin descanso.


José rompió el beso, jadeando. 


—Quiero más —susurró, sus ojos oscuros brillando con lujuria. Se giró, apoyando las manos contra el espejo, su cuerpo inclinado, ofreciéndose. Jorge no necesitó más invitación. Escupió en su mano, lubricando su erección, y se acercó, rozando la punta contra la entrada de José. Este soltó un gemido bajo, tensándose por un momento antes de relajarse, empujando hacia atrás para recibirlo.


Jorge entró lentamente, sintiendo la resistencia inicial ceder, el calor apretado de José envolviéndolo. Ambos jadearon, el placer casi doloroso por lo intenso. Jorge comenzó a moverse, primero con cuidado, luego con más fuerza, sus manos aferrando las caderas de José. Cada embestida arrancaba gemidos de ambos, el sonido de sus cuerpos chocando llenando el probador. José se empujaba hacia atrás, encontrando el ritmo de Jorge, sus manos deslizándose por el espejo empañado, dejando marcas en el cristal.


—Más fuerte —pidió José, su voz rota por el placer. Jorge obedeció, acelerando, sus caderas golpeando con un ritmo frenético. Una de sus manos volvió al miembro de José, masturbándolo al mismo tiempo, sincronizando cada embestida con un movimiento de su mano. José temblaba, sus gemidos cada vez más altos, apenas contenidos para no alertar a nadie fuera. El riesgo de ser descubiertos solo aumentaba la intensidad, llevándolos al borde.


El clímax los golpeó casi al mismo tiempo. José se tensó, su cuerpo convulsionando mientras su orgasmo lo atravesaba, su semen salpicando el espejo y el suelo. Jorge lo siguió segundos después, estremeciéndose mientras se liberaba dentro de José, sus cuerpos temblando juntos. Se quedaron así, jadeando, unidos, hasta que el mundo pareció volver a su lugar.Lentamente, se separaron. José se giró, y sus labios se encontraron en un beso más suave, casi tierno. Se vistieron en silencio, con sonrisas cómplices y miradas que decían más que las palabras. Antes de abrir la cortina, José tomó la mano de Jorge. 


—No sé quién eres, pero esto no termina aquí —dijo, su voz cargada de promesas.Jorge sonrió, su corazón aún latiendo con fuerza. 


—Definitivamente no.


Salieron del probador, uno tras otro, como si nada hubiera pasado. Pero el calor de sus cuerpos, el eco de sus gemidos, quedaría grabado en ese pequeño espacio para siempre.




vArIeDaD De PeNes

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