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20.12.25
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Eric y Óscar eran hermanos, separados por apenas un año de diferencia. Eric, el menor, tenía 20 años; Óscar, el mayor, 21. Habían crecido en la misma casa, compartiendo habitación hasta la adolescencia, cuando sus padres les dieron espacios separados para "darles privacidad". Pero esa privacidad nunca había borrado la intimidad que habían forjado desde niños. Eran inseparables: jugaban juntos, estudiaban juntos, salían de fiesta juntos. La gente siempre comentaba lo bien que se llevaban, lo unidos que eran. "Como uña y carne", decían sus padres con orgullo. Pero nadie sabía la verdad bajo esa fachada de hermandad perfecta. Nadie sabía que, desde hacía años, esa unión había mutado en algo más profundo, más prohibido, más eléctrico.
Todo empezó de forma inocente, o al menos eso se decían a sí mismos. Cuando eran adolescentes, compartiendo duchas rápidas después de jugar al fútbol en el parque, o durmiendo en la misma tienda de campaña durante las acampadas familiares. Eric recordaba vivir el día en que, a los 15, vio a Óscar saliendo de la ducha, toalla alrededor de la cintura, gotas de agua resbalando por su pecho que empezaba a definirse con músculos de deportista. Óscar era moreno, con piel oliva heredada de su madre, y ojos negros que parecían absorber la luz. Eric, más claro de piel, con cabello castaño y ojos verdes, sintió un calor extraño en el estómago, una punzada que no era solo admiración fraternal. Se dijo que era normal, que los hermanos se miran así a veces. Pero esa noche, solo en su cama, se tocó pensando en ese cuerpo, en esas gotas de agua, y se corrió con un gemido ahogado que lo dejó temblando de culpa.
Óscar, por su parte, había notado a Eric de la misma manera. A los 16, durante una pelea de almohadas que terminó con los dos jadeando en el suelo, cuerpos pegados, sudados. Sintió la erección de Eric contra su muslo y fingió no notarlo, pero su propia polla se endureció al instante. Esa noche, él también se masturbó furiosamente, imaginando qué pasaría si no se hubieran detenido. "Es mi hermano", se repetía, pero la excitación ganaba siempre.
Con los años, esa atracción se volvió una constante sorda, un zumbido en el fondo de cada interacción. Rozaban manos al pasar el mando de la tele, se quedaban mirando demasiado tiempo durante las comidas familiares, se enviaban mensajes a medianoche que empezaban inocentes y terminaban con un subtexto que ninguno admitía.
Ahora, a los 20 y 21, vivían aún en casa de sus padres, pero estos habían salido de viaje por el fin de semana. "Portaos bien, chicos", les dijo su madre al despedirse, con un beso en la mejilla de cada uno. "Nada de fiestas locas". Ellos asintieron, sonriendo, pero en cuanto la puerta se cerró, el aire de la casa se cargó de posibilidad.
Era viernes por la noche, y estaban solos por primera vez en meses. Eric propuso pedir pizza y ver una película, como siempre. Óscar aceptó, pero su voz sonó un poco más grave de lo normal.
Se sentaron en el sofá del salón, demasiado cerca. La pizza llegó, y comieron en silencio, la tele encendida en una película de acción que ninguno seguía. Eric tenía las piernas estiradas, y su pie descalzo rozaba el tobillo de Óscar. No era accidental; ninguno lo apartaba. El roce era eléctrico, enviando chispas por sus venas. Óscar bebió un trago de cerveza, su garganta moviéndose de forma que Eric no podía dejar de mirar.
—¿Te acuerdas de aquella acampada en el lago? —preguntó Óscar de pronto, rompiendo el silencio. Su voz era ronca, cargada.
Eric tragó saliva. Claro que se acordaba. Habían ido solo ellos dos, a los 18 y 19, porque sus padres se quedaron en casa. Durmieron en la misma tienda, cuerpos pegados por el frío de la noche. Eric se había despertado con una erección matutina presionando contra la espalda de Óscar, y fingió dormir hasta que pasó.
—Sí —dijo Eric, su voz temblorosa—. Fue... intenso.
Óscar giró la cabeza. Sus caras estaban a centímetros. Podía oler el aliento de su hermano, cerveza y algo más dulce, personal.
—Intenso, ¿eh? —Óscar levantó una mano y la posó en la nuca de Eric, dedos enredándose en su pelo castaño—. ¿Por qué intenso?
Eric cerró los ojos un segundo. Cuando los abrió, el deseo que había reprimido durante años ardía en ellos.
—Porque quería tocarte. Todo el tiempo. Como ahora.
El mundo se detuvo. Óscar no retiró la mano; en cambio, tiró suavemente, atrayendo a Eric hacia él. Sus labios se encontraron en un beso tentativo al principio, un roce suave que probaba límites. Pero el segundo beso fue puro fuego. Óscar abrió la boca, y Eric entró con la lengua, explorando, saboreando. Sabía a prohibido, a años de espera. Las manos de Óscar bajaron por la espalda de Eric, metiéndose bajo la camiseta, tocando piel caliente. Eric gimió dentro de la boca de su hermano, y eso rompió cualquier barrera restante.
Se levantaron del sofá sin separarse, tropezando con la mesa, riendo entre besos cuando casi caen. Eric tiró de la camiseta de Óscar, sacándosela por la cabeza. El pecho de Óscar era perfecto: músculos definidos por el gimnasio, una línea de vello negro que bajaba desde el esternón hasta el ombligo y más abajo. Eric lo miró, jadeando.
—Joder, Óscar... eres... —No terminó. En cambio, bajó la cabeza y lamió un pezón, succionando suave al principio, luego mordiendo con dientes.
Óscar arqueó la espalda, un gemido gutural escapando de su garganta.
—Eric... mi hermano... —
La palabra "hermano" debería haberlos detenido, pero solo avivó el fuego. Era tabú, era suyo.
Óscar quitó la camiseta de Eric de un tirón, revelando su torso delgado pero tonificado, pezones rosados y erectos. Se abrazaron, piel contra piel, pollas endureciéndose bajo los pantalones, frotándose a través de la tela.
Caminaron hacia la habitación de Óscar —la más grande, la que había sido de ambos de niños— besándose con desesperación. Por el pasillo, se quitaron los pantalones, tropezando, riendo. Cuando llegaron a la cama, solo llevaban bóxers.
Óscar empujó a Eric sobre el colchón y se subió encima, rodillas a ambos lados de sus caderas. Se miraron, respiraciones agitadas. Eric tenía las mejillas sonrojadas, los labios hinchados por los besos. Óscar bajó la vista a la erección de su hermano, visible bajo el bóxer gris.
—Quiero verte —susurró Óscar, voz temblorosa.
Eric asintió, y Óscar metió los dedos bajo el elástico, bajándolo despacio. La polla de Eric saltó libre: larga, venosa, la punta roja y húmeda de precúm. Óscar la miró fijamente, tragando saliva.
—Hostia, Eric... es perfecta.
Tocó con un dedo la punta, esparciendo el líquido, y Eric jadeó, caderas levantándose solas. Óscar se quitó su propio bóxer, revelando su propia erección: más gruesa que la de Eric, con venas prominentes, huevos pesados colgando debajo. Eric extendió la mano y la agarró, acariciando despacio, sintiendo el calor, la dureza.
—Óscar... quiero probarte.
Pero Óscar lo detuvo, inclinándose para besarlo de nuevo, profundo, lenguas enredándose. Bajó por el cuello de Eric, lamiendo la clavícula, succionando un chupetón en la piel sensible. Eric gimió, manos en el pelo de su hermano.
—Más abajo —suplicó.
Óscar obedeció, besando el pecho, mordiendo pezones hasta que Eric se retorcía. Bajó más, lengua en el ombligo, luego en la línea de vello que llevaba a la polla. Llegó allí y lamió la base, subiendo despacio hasta la punta. Eric soltó un grito ahogado.
—Óscar... por favor...
Óscar lo tomó en la boca, succionando suave al principio, lengua girando alrededor de la cabeza. Eric empujó caderas, follándole la boca con cuidado. Óscar relajó la garganta, tomándolo más profundo, hasta la raíz, nariz contra el pubis de su hermano. El olor era embriagador: sudor, almizcle, familia. Eric agarró las sábanas, cabeza echada atrás.
—Joder, hermano... tu boca... es tan buena...
Óscar aceleró, chupando con ganas, una mano masajeando los huevos de Eric, el otro dedo rozando su entrada. Eric se tensó, el placer construyéndose rápido.
—Voy a... Óscar, me corro...
Óscar no se apartó. Eric se corrió con un grito, chorros calientes llenando la boca de su hermano. Óscar tragó todo, lamiendo hasta la última gota, luego subió para besarlo, compartiendo el sabor salado.
—Tu turno —dijo Eric, voz ronca.
Giró posiciones, ahora él encima. Bajó por el cuerpo de Óscar, besando cada centímetro: cuello, pecho, abdomen. Llegó a la polla y la lamió entera, desde los huevos hasta la punta. Succionó un huevo, luego el otro, haciendo que Óscar gima fuerte. Luego tomó la polla, garganta abierta, tragándola profunda. Óscar agarró su pelo, caderas moviéndose.
—Eric... mi pequeño hermano... sí, así...
Eric chupó con devoción, lengua plana bajo la vena, succionando la punta. Óscar duró poco; se corrió con un rugido, semen espeso bajando por la garganta de Eric. Él tragó, sonriendo después, labios brillantes.
Se tumbaron lado a lado, jadeando, cuerpos sudorosos pegados. Pero el deseo no se había extinguido; era solo el comienzo. Después de unos minutos, Eric sintió la mano de Óscar bajando por su espalda, rozando su culo.
—Quiero más —susurró Óscar—. Quiero estar dentro de ti.
Eric tembló de anticipación.
—Sí. Fóllame, hermano.
Óscar se levantó, yendo al baño por lubricante —tenía un bote escondido, de sus masturbaciones solitarias pensando en esto—. Volvió y encontró a Eric de rodillas en la cama, culo en alto, ofreciéndose. Óscar gimió al verlo.
—Joder, Eric... eres tan... perfecto.
Se arrodilló detrás, echando lubricante en sus dedos. Primero uno, entrando despacio en la entrada apretada de Eric. Eric jadeó, empujando hacia atrás.
—Más...
Dos dedos, abriéndolo, curvándolos para tocar la próstata. Eric gritó, polla endureciéndose otra vez.
—Óscar... por favor... métemela.
Óscar se untó lubricante en la polla, posicionándose. Empujó despacio, la cabeza entrando, luego más, centímetro a centímetro. Eric se mordió el labio, dolor mezclado con placer.
—Relájate, hermano... —murmuró Óscar, acariciando su espalda.
Cuando estuvo completamente dentro, se quedó quieto, dejando que Eric se ajustara. Luego empezó a moverse, lento al principio, saliendo casi del todo y volviendo a entrar profundo. Eric gemía con cada embestida, mano bajando para tocarse.
—Más fuerte —pidió.
Óscar aceleró, caderas chocando contra el culo de Eric, sonido obsceno en la habitación. La cama crujía, cabezal golpeando la pared. Óscar agarró las caderas de su hermano, follándolo con fuerza, polla golpeando la próstata una y otra vez.
—Eres mío, Eric... mi hermano... solo mío...
Eric se corrió primero, semen salpicando las sábanas. El apretón hizo que Óscar se hundiera profundo y se corriera, llenando a Eric con chorros calientes —sin condón, porque eran hermanos, porque confiaban, porque era tabú y perfecto.
Se derrumbaron juntos, Óscar aún dentro, abrazados. Respiraciones calmándose. Óscar salió con cuidado, semen goteando por los muslos de Eric. Se besaron perezosos, manos explorando.
Pero la noche era larga. Después de un rato, se ducharon juntos. Bajo el agua caliente, se enjabonaron mutuamente. Eric se arrodilló, chupando a Óscar otra vez, agua cayendo sobre ellos. Óscar lo folló contra la pared de la ducha, resbaladizos por el jabón, gemidos ecoando en el baño.
Volvieron a la cama, desnudos, y hablaron en susurros. De sus fantasías, de cómo habían reprimido esto por años. De lo que significaba ser hermanos y amantes.
—No me arrepiento —dijo Eric, cabeza en el pecho de Óscar.
—Yo tampoco. Te quiero, hermano. Más que a nada.
Se durmieron enredados, pero se despertaron varias veces durante la noche. Una vez, Eric despertó a Óscar con la boca en su polla, chupando lento hasta que se corrió. Otra, Óscar folló a Eric de lado, lento y profundo, besándose todo el tiempo.
A la mañana siguiente, el sol entraba por la ventana. Eric se despertó con Óscar besando su cuello.
—Buenos días, hermano —susurró Óscar.
Eric sonrió, girándose para besarlo.
—Buenos días.
Sus pollas se endurecieron al instante. Esta vez fue tierno: Eric encima, montando a Óscar, moviéndose despacio, manos entrelazadas. Se corrieron mirándose a los ojos, declarando amor prohibido.
Después, tumbados, decidieron.
—Quiero estar contigo. Para siempre —dijo Eric.
Óscar lo abrazó fuerte.
—Y yo contigo. Somos hermanos, pero también más. Nadie tiene que saber.
Así empezó su secreto: hermanos por sangre, amantes por elección. La casa vacía fue testigo de su unión, y el mundo fuera nunca lo supo.
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