26.4.25

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Relato corto. La piscina.


El sol del mediodía ardía sobre la piscina turquesa, cuyos azulejos brillaban como fragmentos de cielo atrapados en la tierra, reflejando destellos que parecían danzar con cada ola creada por el salto de Tomás. 

Desnudo, su cuerpo cortaba el aire con una gracia salvaje, los músculos de su espalda bronceada tensándose mientras sus piernas se flexionaban en un arco que parecía un grito de libertad. Las gotas salpicaban alrededor, capturando la luz en lágrimas brillantes que caían sobre las baldosas y el borde de madera oscura, cálido y silencioso al tacto. Su piel, tostada por días bajo el sol, brillaba con la humedad, cada curva de su torso esbelto y cada línea de sus extremidades temblando con una mezcla de euforia y melancolía.

Aunque estaba de espaldas, su rostro, apenas visible en el instante antes de sumergirse, revelaba una tormenta de emociones: ojos azul intenso nublados por lágrimas contenidas, entrecerrados por una alegría rota, brillando con una chispa de dolor y esperanza; cejas arqueadas por la intensidad del momento; mejillas bronceadas surcadas por un rubor que mezclaba el calor del sol con el peso de recuerdos amargos. Su nariz recta, salpicada de gotas de agua como perlas, temblaba ligeramente con cada respiración, y sus labios, entreabiertos en una sonrisa temblorosa, dejaban ver dientes blancos que contrastaban con la piel tostada, temblando con un sollozo silencioso. Una sombra de barba incipiente en su mandíbula fuerte y las arrugas de dolor en las comisuras de su boca contaban una historia de pérdidas y redenciones, de un alma de unos 25 años buscando sanar bajo el cielo abierto. El cabello castaño claro, corto y húmedo, caía en mechones desordenados sobre su frente, atrapando el sol y las gotas en un brillo que parecía un lamento luminoso.

Más allá de la piscina, el paisaje se abría como un abrazo: campos de hierba alta y espesa, salpicados de arbustos y árboles esbeltos que se mecían con el viento, susurrando consuelo bajo un cielo azul despejado, apenas manchado por finas nubes blancas. 
Un lago tranquilo se extendía hacia el horizonte, su superficie reflejando el cielo y las colinas lejanas, como si el mundo entero contuviera la respiración para él. 
Una valla negra de metal delimitaba el jardín, añadiendo un toque rústico, mientras el canto de los pájaros y el susurro de las hojas llenaban el aire con una serenidad que dolía de tan hermosa. La hierba exuberante, salpicada de flores silvestres amarillas y blancas, parecía extenderse hacia él, invitándolo a perderse en su abrazo verde.

Tomás sintió el agua fresca abrazar su piel desnuda, una liberación que lavaba las lágrimas y las cicatrices de un corazón roto. En ese salto, era vulnerabilidad pura, un grito silencioso de liberación, conectado con la naturaleza que lo acogía como un refugio. El chapoteo resonó como un llanto liberador, y por un instante, el tiempo se detuvo, dejando solo la paz de ese momento bajo el sol dorado, donde podía sanar.



PaJeAnDoSe

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