25.2.23

Relato. Mi pueblo y tu, 1ª parte.

 


Eran las diez de la mañana y escuche a mi madre trasteando por la cocina, me encantaban los sábados y más levantarme en el pueblo. Solo se escuchaba silencio y algún pájaro piar. Remolonee en la cama un poco hasta que entro mi padre para ver si estaba despierto y vino hacerme cosquillas. De la risa se me escapo un poco de pis y a mi padre casi le da un ataque de risa. Yo me puse en plan serio y aún se reía más. Saco un pantalón y otro calzoncillo y me lo dejo encima de la cama. Me fui al aseo y tras mear como era debido me desnude y me metí en la ducha, no sin antes mirarme en el espejo del baño. Mi cuerpo lo sentía diferente, me veía como más hinchado, pelos donde nunca había tenido y tocándome los huevos disfrute del cosquilleo de esos primeros pelos.


Tras ducharme y desayunar nos fuimos con mis abuelos los cinco a pasar el día a la torre del moro. Que no es más que una parte de bosque donde hay como un riachuelo, unas pozas y varias fuentes. Hay merenderos y demás.


Y así desde bien pequeño la mayoría de mis fines de semana y vacaciones eran en aquel lugar, donde nacieron mis abuelos y donde casi me crie. Los lunes en clase soñaba con el ruido del agua y el sonido de los pájaros, soñaba que tenía una casa con un gran patio como el de mis abuelos y lo llenaba de flores. Invitaría a gente a pasar el domingo como hacían ellos y el lunes trabajaría en el campo o donde fuera, pero cerca de casa.


Verano de 2008


Llevo ya más de medio mes en el pueblo con mis abuelos, mis padres aún trabajan y vienen algún finde, pero la mayoría del tiempo estoy con mis abuelos o con amigos suyos. Siempre me están diciendo que salga y conozca chicos de mi edad, pero me gusta estar con ellos y enterarme de los cotilleos que sueltan, si soy una maruja de 10 años lo confirmo.


Una tarde me fui con mi abuela a pasear y nos encontramos con una de sus mejores amigas, resulto que su nieto tenía la misma edad que yo e iba a venir a pasar un mes con ella. Mi abuela enseguida le dijo que en cuanto llegara que pasaran por casa. Y así fue, un día sonó el timbre y fui abrir, la señora María iba de la mano de un niño moreno con muchos rizos y con la cara más sonrojada que hubiera visto nunca. Fue verle y me encandilo.


  • Hola soy Daniel, ¿te gustan los Playmobil?

  • Hola, Siiii.


Soltó la mano de su abuela y siguiéndome fuimos a mi cuarto a jugar. Por primera vez en el pueblo tenía a alguien en mi habitación que no fueran como 40 años más mayores que yo. En Madrid era diferente sí que tenía amigos y quedaba con ellos, la mayoría del colegio, pero en el pueblo lo que os conté antes.


Pasaron las semanas y no había día que no estuviera él en mi casa o yo en la suya. Mi abuela hablaba con mi madre y le decía lo contenta que estaba que me hubiera hecho un buen amigo. Salíamos con las bicis, íbamos a la explanada a jugar al fútbol y hacíamos batallas entre los Playmobil y sus pin y pon.


Era agosto cuando llegaron mis padres, pero no cambio nada, yo seguía quedando con él y mis padres más felices que todo.


Una noche se quedó a dormir tras haber estado jugando hasta las mil al escondite y los dos tirados en mi cama mirábamos las estrellas y nos imaginábamos como sería volar. Nos podíamos pasar horas y horas hablando de las estrellas, de la luna y de lo maravilloso que sería ser astronauta.


De pronto un día mi abuela se puso muy mala y la tuvieron que llevar al hospital, yo llore mucho, pues la tenía tanto cariño que no podía imaginarme estar en el pueblo y que no estuviera ella.

Cosas de la edad y de la vida a la semana murió. Todo el pueblo acudió a la misa y sentí como la querían. Mi abuelo no dejó de llorar en tres días, los cuales fueron angustiosos y tristes. La señora María y su nieto Marco estuvieron con nosotros en todo momento e incluso Marco se quedó a dormir más de una noche haciéndome cosquillas en la espalda hasta que de tanto llorar me cansaba y me dormía.


Llego septiembre y tuvimos que volver, Marco también era de Madrid, pero vivía en la otra punta, así que iba a ser difícil vernos con tanta frecuencia. Mi abuelo cabezota como él decidió quedarse solo en la casa, no duro más de dos semanas, la pena le llevo con ella y a nosotros nos sumió en la pena.


Verano de 2018


  • ¡Daniel!

  • Dime mama.

  • Recoge que nos vamos.

  • No me apetece nada ir.

  • Lo sé mi amor, pero debemos ir aunque sea a recoger y a mantener la casa limpia.

  • Vaya mierda.

  • ¿Qué has dicho?

  • Nada.

  • Ahhhh...


Desde la muerte de mis abuelos no volvimos casi al pueblo, mis padres subían de vez en cuando solos por qué yo me negaba a ir y al final dejamos de ir, pero mi madre seguía empeñada en que la casa se debía cuidar que era lo único que le quedaba de sus padres y la entendí. Con diez años no la entendía, pero con veinte que tengo ya sí. Metí poca cosa en la mochila y bajé corriendo las escaleras.


  • ¿Qué miras hijo?

  • Nada mama nada.


Claro que miraba, miraba el camino que habíamos recorrido millones de veces, me sabía las curvas, los montes y las montañas que venían. Me di cuenta de lo que había crecido Madrid y todo. Ya entrando al pueblo la piel se me erizo y un nudo en la boca del estómago se me quedo. Aparcamos y entramos a la casa, olía a polvo y ha cerrado que daba asco. Mi madre se quedó clavada en la entrada y la tuvimos que empujar para que entrara, la entendía perfectamente.


  • Mira mama.

  • Qué hijo.

  • Era del abuelo.

  • Si su radio, la llevaba a todas partes.

  • Sí es verdad.


No tenía pilas, busque por todos los cajones y tras encontrar unas la encendí. A él y a mi abuela le gustaba mucho una emisora que solo ponían música española, decían que las letras en inglés no se entendían y que eso era para modernos.


La casa respiró tras abrir todo y sentir la música en sus muros. Nosotros tras recoger nos acomodamos y nos fuimos a pasear.


Ese paseo si hablara, ese paseo, donde mi abuela me llevo en carro, donde mi abuelo me sujetaba cuando me quitaron los ruedines de la bici, donde miles de veces paseábamos y nos dejábamos llevar por el humo de las casas, el frío gélido en invierno y las brisas de verano.


  • Está igual.

  • Si hijo está igual.


Nos sentamos en un banco los tres y allí nos quedamos mirando el paisaje y respirando.


  • ¡Marco!


Una chica chilló el nombre de Marco y me levanté enseguida.


  • Ahora vuelvo.

  • Vale.


Seguí el recorrido del agua que te llevaba a una pequeña poza y vi a varias chicas y chicos de mi edad. Justo encima de una roca a punto de saltar había un chico. Era un chico alto, con cuerpo atlético y con la cabeza llena de rizos y los mofletes colorados.


  • Marco.- dije al aire.


El chico sin pensárselo salto y salió del agua tras los aplausos de varios de sus amigos. Otros, como una chica que fue la que oí chillar su nombre, se acercó a él y le golpeo muy cabreada.


  • No me vuelvas a dar estos sustos.

  • Pero si es un salto de nada.

  • Sabes que se tiró una chica y se dio en la cabeza y ahora va en silla de ruedas.

  • Eso es una historia de yayos para que no te tires.

  • Vale tu mismo, pero yo no vuelvo a quedarme aquí si te vuelves a tirar.

  • No me tiraré pesada.

  • Encima me llama pesada.

  • Ja, ja, ja.


Era él, estaba casi al 99% seguro que era él, pero estaba tan mayor y tan guapo. De pronto me miro y miles de retortijones me invadieron el estómago.


  • ¿Daniel?

  • Sí, ¿Marco?

  • Siiii... joder tío que mayor estas, ven aquí cuanto tiempo.


Vino hacia mí corriendo en bañador y descalzo empapado y me abrazo. Fue un abrazo de esos que duran un rato, yo con mis manos sobre su espalda disfrute de la suavidad de su piel.


  • Qué alegría verte cuanto tiempo.

  • Pues 10 años.

  • No me jodas.

  • Qué rápido pasa el tiempo, te veo genial.

  • Y yo a ti.

  • Tenemos que ponernos al día, que desde hace mil que hablamos por teléfono ya no volvimos a quedar.

  • Es verdad.

  • ¿Cómo están tus padres?

  • Bien allí sentados.

  • Quiero verlos.


Me cogió de la mano y fuimos hacia mis padres. Mi madre enseguida se alegró mucho de verle y aunque estuviera empapado los dos le dieron un gran abrazo. Cuando lo conocí se lo decía cada dos por tres, "eres muy achuchable", y era igual ahora.


  • Tengo que volver a por mis cosas y a despedirme, me esperáis y ceno con vosotros en el Bar de Tito.

  • Aquí te esperamos.- dijo mi padre.

  • Qué guapo y que alto esta.- decía mi madre cuando se fue.

  • Qué buen chaval era y sigue siéndolo.- comentaba mi padre.

  • Sí que lo es sí.- dije de nuevo al viento.

PeCtOrAlEs