1.2.25

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RelAtO CoRtO AmoR. CaLA AZUl

 


En un rincón apartado de la costa mediterránea, la playa de Cala Azul brillaba bajo el sol de verano. Era un lugar casi secreto, conocido solo por los locales y algunos viajeros aventureros que se alejaban de las rutas turísticas. Las aguas cristalinas y las arenas doradas ofrecían un refugio perfecto para aquellos que buscaban escapar del bullicio de las ciudades.

Lucas, un chico de 17 años con una melena desordenada de cabello castaño y ojos color avellana, había llegado a Cala Azul para pasar unas semanas con su familia. Era su primer verano en ese lugar, y aunque al principio se mostró reacio a dejar atrás a sus amigos y su vida en la ciudad, pronto se dejó cautivar por la belleza y la tranquilidad de la playa.

Cada mañana, Lucas se levantaba temprano para correr por la orilla y nadar en el mar antes de que el calor se volviera insoportable. Le gustaba sentir la arena fría bajo sus pies y el agua salada en su piel. Fue en una de esas mañanas solitarias cuando vio por primera vez a Daniel.

Daniel estaba sentado sobre una roca, con un cuaderno en las manos, dibujando el horizonte. Tenía el cabello corto y rizado, y unos ojos verdes que parecían reflejar el mar. Lucas se sintió inmediatamente atraído por su concentración y serenidad.

Durante varios días, Lucas observó a Daniel desde la distancia, fascinado por la manera en que él capturaba la esencia del lugar en su cuaderno. Se preguntaba qué estaría pensando, qué historias guardaban sus dibujos. Finalmente, un día reunió el valor para acercarse.


Hola —dijo, tratando de sonar casual mientras se acercaba a la roca donde Daniel estaba sentado.


Daniel levantó la vista de su cuaderno y le sonrió, una sonrisa que iluminó su rostro y el corazón de Lucas.


Hola —respondió él—. Eres Lucas, ¿verdad? Te he visto correr por aquí todas las mañanas.


Lucas se sorprendió de que Daniel ya supiera su nombre.


Sí, soy Lucas. ¿Cómo lo sabes?


Daniel se encogió de hombros.


En un lugar tan pequeño, las noticias vuelan. Además, mi abuela vive aquí todo el año y me cuenta todo lo que sucede.


Lucas se sentó en la arena junto a la roca, sintiéndose más cómodo.


¿Qué estás dibujando? —preguntó, señalando su cuaderno.


Daniel le mostró el dibujo: una representación detallada del mar y el cielo, con un pequeño bote en el horizonte.


Me gusta capturar momentos y lugares. Es mi manera de conservar recuerdos —explicó él.


A partir de ese día, Lucas y Daniel comenzaron a pasar mucho tiempo juntos. Todas las mañanas, después de la carrera de Lucas y antes de los dibujos de Daniel, se reunían en la playa para hablar. Descubrieron que compartían muchos intereses: la música, los libros y una pasión por la naturaleza. Daniel le mostró a Lucas rincones escondidos de la playa, pequeños paraísos que solo los locales conocían. Lucas, por su parte, le enseñó a Daniel a nadar en las olas más grandes y a perder el miedo al mar profundo.

Con el tiempo, su amistad se fue transformando en algo más profundo. Lucas se encontraba pensando en Daniel todo el tiempo, esperando ansioso cada mañana para verlo. Daniel también sentía una creciente emoción cada vez que veía a Lucas acercarse, su corazón latía más rápido y una sonrisa involuntaria aparecía en su rostro.

Una tarde, mientras el sol comenzaba a ponerse y el cielo se teñía de tonos naranjas y rosados, Lucas y Daniel se sentaron en la misma roca donde se habían conocido. El mar estaba en calma, y la brisa fresca del atardecer les envolvía.


Daniel, hay algo que quiero decirte —comenzó Lucas, sintiendo un nudo en el estómago.


Él lo miró con esos ojos verdes que tanto le gustaban, expectante.


Desde que te conocí, algo cambió en mí. Me hiciste ver el mundo de una manera diferente. Creo... creo que me estoy enamorando de ti —confesó, sintiendo que su corazón estaba a punto de explotar.


Daniel no dijo nada al principio, pero su mirada se suavizó y una lágrima solitaria rodó por su mejilla.


Lucas, yo también siento lo mismo —respondió finalmente—. Nunca pensé que encontraría a alguien como tú aquí, en este pequeño rincón del mundo.


Se quedaron en silencio por un momento, simplemente mirándose, dejando que el peso de sus palabras se asentara. Entonces, sin pensarlo dos veces, Lucas se inclinó y besó a Daniel. Fue un beso dulce y tímido, pero lleno de promesas y esperanzas.

El verano pasó rápido, como suelen hacerlo los momentos felices. Lucas y Daniel sabían que pronto tendrían que separarse, ya que Lucas debía regresar a la ciudad para continuar con sus estudios. Sin embargo, prometieron mantenerse en contacto y volver a encontrarse en Cala Azul el próximo verano.

El último día antes de que Lucas se fuera, se despidieron en la playa, en la misma roca que había sido testigo de su amor naciente. Daniel le entregó a Lucas uno de sus dibujos, un paisaje de la playa al atardecer.


Para que siempre recuerdes este lugar y lo que vivimos aquí —dijo él.


Lucas tomó el dibujo y lo guardó con cuidado.


Nunca lo olvidaré, Daniel. Nos veremos el próximo verano, lo prometo.


Y así, con un beso y un abrazo, se despidieron, sabiendo que el amor que habían encontrado en Cala Azul era único y verdadero. Aunque la distancia los separara, sus corazones permanecerían unidos, esperando el momento de reencontrarse y continuar su historia de amor.




TesTiCuLOS

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