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14.4.25
Relato. El refugio.
La bañera era más que un simple recipiente de porcelana; era un santuario improvisado, un rincón de paz en medio del bullicio de la ciudad que nunca dormía. Sus paredes blancas, ligeramente desgastadas por el tiempo, contrastaban con las baldosas marrón oscuro que cubrían las paredes del baño, dándole un aire cálido y terrenal. Una tenue luz ámbar, filtrada por pequeñas lámparas empotradas en el techo, bañaba la escena, proyectando sombras suaves sobre los cuerpos de Lucas y Mateo, quienes descansaban dentro del agua, desnudos y en un silencio roto solo por el leve chapoteo del agua.
Lucas, de cabello rapado y una cruz colgando de una cadena plateada alrededor de su cuello, estaba recostado en un extremo de la bañera, con una pierna extendida y la otra doblada, dejando entrever un tatuaje de una estrella fugaz en su muslo izquierdo. Sus dedos temblorosos jugaban con las espigas blancas de un arreglo floral seco que sobresalía de un cubo blanco junto a la bañera, pero su atención se desviaba constantemente hacia Mateo, cuyo cuerpo cercano en el agua parecía emitir un calor que lo desarmaba. Su mirada, perdida en algún punto del techo, estaba nublada por un deseo silencioso, un anhelo que luchaba por contener, pero había un brillo en sus ojos oscuros, un destello de vulnerabilidad que se encendía cada vez que sus pieles se rozaban por accidente.
A su lado, Mateo, con el cabello corto y ligeramente desordenado en los laterales, sentía un nudo en el estómago cada vez que el agua hacía que sus piernas se tocaran ligeramente bajo la superficie. Su expresión oscilaba entre la serenidad y una ansiedad dulce, casi insoportable, mientras su mano descansaba sobre el borde de la bañera, los dedos apretando ligeramente la porcelana como si temiera ceder a la tentación de acercarse más. Un pendiente brillante en su oreja izquierda atrapaba la luz, brillando como un faro diminuto en la penumbra, pero su mirada, de un verde oscuro bajo la luz ámbar, se detenía en los contornos del torso de Lucas, en la curva de sus hombros, en la forma en que el agua se deslizaba por su piel bronceada.
Ambos hombres, con sus cuerpos relajados pero cargados de una tensión eléctrica, parecían atrapados en un momento de vulnerabilidad compartida, donde el roce de una piel desnuda contra otra era un susurro cargado de promesas no dichas.
El baño, de paredes de madera pulida y suelo de tablones oscuros, tenía un aroma a aceite esencial de lavanda que flotaba en el aire, mezclado con el calor húmedo del vapor y una corriente sutil de deseo que parecía electrificar el espacio. Un espejo grande en la pared reflejaba sus siluetas, distorsionadas por el vaho, como si fueran figuras etéreas atrapadas en un sueño cargado de anhelo. Fuera de la bañera, el cubo blanco con las espigas secas parecía un testigo silencioso de su historia, un recuerdo tangible de un viaje donde el roce de sus manos bajo el sol había sido el primer indicio de algo más profundo.
No siempre había sido así de intenso entre ellos. Lucas y Mateo se habían conocido en un gimnasio de la ciudad, donde el peso de las mancuernas y el sudor compartido habían forjado una amistad que creció como una raíz profunda, arraigándose en sus corazones. Con el tiempo, esa amistad se transformó en un amor silencioso, un sentimiento que ninguno se atrevió a nombrar por miedo a romperlo. Eran opuestos complementarios: Lucas, impulsivo y apasionado, con una energía que hacía que Mateo se sintiera vivo; Mateo, más reservado, con una calma que encendía un fuego tranquilo en Lucas. Pero la vida los había golpeado con crueldad en los últimos meses, creando grietas en su vínculo que ahora dolían como heridas abiertas, pero también anhelaban ser sanadas con un toque, una mirada, un suspiro.
Esa noche, un impulso desesperado los había llevado a este momento. Habían decidido escapar, cerrar la puerta del pequeño apartamento de Mateo y llenar la bañera con agua caliente, añadiendo sales que prometían relajación. No fue planeado; fue un acto instintivo, como si sus cuerpos, ansiosos, hubieran encontrado el camino hacia ese refugio sin necesidad de palabras. Se habían despojado no solo de la ropa, sino también de las capas de miedo, vergüenza y dudas, y ahora, sumergidos en el agua, sentían que el mundo exterior se desvanecía, dejando solo el latido de sus corazones y el calor de sus pieles tan cercanas.
—Nunca pensé que esto sería tan... necesario —susurró Lucas finalmente, su voz baja y temblorosa, cargada de un deseo que apenas podía contener. Sus ojos se encontraron con los de Mateo, y el roce accidental de sus rodillas bajo el agua envió un escalofrío por su espalda.
Mateo sintió que el aliento se le detenía, su corazón latiendo con fuerza mientras respondía con una voz suave pero cargada de intensidad: —Yo tampoco. Pero lo necesitamos, Lucas. Los dos. Más de lo que imaginábamos.
El espacio entre ellos parecía cargado de electricidad, y cuando Mateo se inclinó ligeramente, sus dedos rozaron el brazo de Lucas, dejando un rastro de calor que ambos sintieron como una chispa. Lucas contuvo el aliento, y sus miradas se entrelazaron, llenas de un anhelo tan profundo que parecía consumirlos. No podían resistirse más; Mateo acercó su rostro al de Lucas, sus labios a centímetros de los suyos, el calor de su aliento mezclándose con el vapor del agua. No fue un beso, no aún, pero la promesa de ese contacto era suficiente para que sus corazones se acelerarán, como si el mundo entero se hubiera reducido a ese momento de intimidad cargada.
—No quiero que esto se pierda, Mateo —dijo Lucas, con una vulnerabilidad que temblaba en cada palabra, su mano buscando la de Mateo bajo el agua, entrelazando sus dedos en un gesto que era a la vez inocente y profundamente sensual—. No quiero que nos perdamos.
Mateo sonrió, sus ojos brillando con lágrimas y deseo, y acercó aún más su cuerpo, sintiendo el calor de Lucas contra su piel. —No lo haremos —susurró, su voz un susurro cargado de promesas—. Nunca nos perderemos.
El agua comenzó a enfriarse, pero ninguno de los dos se movió. Permanecieron allí, bajo la luz ámbar, con las espigas secas como testigos mudos de su conexión renovada. Fuera, la ciudad seguía rugiendo, pero dentro de esas cuatro paredes, habían encontrado un refugio, un lugar donde podían ser simplemente Lucas y Mateo, desnudos en cuerpo y alma, unidos por un amor y un deseo que ninguna adversidad podría apagar
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