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9.8.25
ReLaTo. "Mareas Inesperadas" parte 1
El mar estaba en calma, como si el mundo hubiese decidido tomar un respiro. Era el último día del viaje escolar a la costa y todos estaban en la playa, gritando, riendo, empapados de sol y sal. Julián, sin embargo, se mantenía al margen, con los pies enterrados en la arena y los ojos fijos en las olas. Le gustaba el mar, pero prefería observarlo. Le parecía un lugar donde todo podía pasar, y esa posibilidad le asustaba un poco.
—¿No vas a meterte? —preguntó una voz a su lado.
Julián giró la cabeza y encontró a Leo, uno de los chicos más extrovertidos del curso. Pelo revuelto, sonrisa fácil, siempre acompañado de risas ajenas. Julián no hablaba mucho con él, pero lo conocía lo suficiente como para sentirse intimidado.
—No tengo muchas ganas —respondió, encogiéndose de hombros.
Leo lo miró con una ceja levantada, como si le costara entender a alguien que prefería no sumarse al caos alegre del agua.
—Vamos, no puedes venir hasta acá y no nadar. Eso es como ir a una fiesta y no bailar.
—Tal vez no me gusta bailar —dijo Julián, con una pequeña sonrisa.
Leo rió y se lanzó a correr hacia el agua. Pero antes de sumergirse, se giró y gritó:
—Te apuesto a que no me atrapas si te metes.
Julián resopló, pero algo en su pecho se encendió. Quizá era orgullo. Quizá curiosidad. O quizá solo necesitaba un empujón.
Se levantó, se sacudió la arena de las piernas y corrió hacia el agua.
El océano estaba tibio, y el sol reflejaba destellos dorados sobre su superficie. Nadó entre risas contenidas, esquivando a otros compañeros, hasta que alcanzó a Leo, que lo esperaba flotando sobre su espalda.
—Lo lograste —dijo Leo, sin moverse—. No eras tan lento como pensaba.
Julián le salpicó agua en la cara. Leo fingió indignación y se lanzó hacia él como un torbellino. Empezaron a luchar en broma, sumergiéndose, empujándose, riendo. La distancia entre ellos se redujo sin que lo notaran.
En uno de esos momentos, los dos salieron a la superficie al mismo tiempo, jadeando, con el rostro a escasos centímetros del otro. Y entonces sucedió.
Un movimiento de las olas los empujó, los desequilibró, los acercó de más.
Sus labios se rozaron.
Solo un instante.
Pero suficiente para detener el tiempo.
Julián se separó bruscamente, con los ojos muy abiertos. Leo también se quedó quieto, con una expresión mezcla de sorpresa y algo más que Julián no supo identificar de inmediato.
—Yo... eso no fue... —balbuceó Julián.
—Fue el mar —dijo Leo, con una sonrisa extraña, nerviosa—. Supongo que fue el mar.
Ninguno dijo nada más. Nadaron de vuelta en silencio, evitando mirarse directamente. Julián sentía el corazón retumbando en sus costillas, como si quisiera salir corriendo de su pecho. No entendía por qué lo afectaba tanto algo que supuestamente no había significado nada.
Pero lo había hecho.
Esa noche, cuando todos estaban alrededor de la fogata, Julián se mantuvo al margen otra vez. No tenía ganas de juegos ni de canciones desafinadas. Solo pensaba en ese instante en el agua, en ese contacto fugaz, en la mirada de Leo.
Y entonces, como si el universo se empeñara en complicarlo todo aún más, Leo se sentó a su lado.
—¿Puedo? —preguntó, aunque ya estaba sentado.
Julián asintió.
Silencio.
El fuego crepitaba frente a ellos, las llamas bailaban como si no les importara nada.
—Sobre lo de hoy... —comenzó Leo.
Julián tragó saliva.
—No tienes que decir nada. Fue un accidente. Lo olvidamos y ya está.
Leo lo miró. Tenía los ojos brillantes, como si también tuvieran algo del fuego dentro.
—¿Y si no quiero olvidarlo?
Julián giró la cabeza lentamente. Estaba seguro de que había escuchado mal.
—¿Qué?
—Dije que no quiero olvidarlo. Fue un accidente, sí. Pero... no me molestó. De hecho... —Leo desvió la mirada, como si le costara confesarlo—. No dejo de pensarlo.
Julián sintió que el mundo entero se volvía mar de nuevo, olas y viento y vértigo.
—¿Estás diciendo que...?
Leo asintió, sin mirarlo todavía.
—No sé qué significa, pero sé lo que sentí. Lo que siento ahora. Contigo.
Por primera vez en mucho tiempo, Julián no supo qué decir. Pero tampoco hizo falta.
Se miraron, y en esa mirada había algo nuevo. Algo que ya no era confusión, sino aceptación. No era miedo, sino deseo. No era casualidad, sino posibilidad.
Esa noche, mientras todos dormían en sus carpas y el mar susurraba secretos a la luna, Julián y Leo caminaron por la orilla, en silencio, a veces rozando los dedos, a veces simplemente compartiendo la brisa.
Y cuando se detuvieron, frente a las olas que venían y se iban como sus propias dudas, se miraron de nuevo.
Esta vez, no fue un accidente.
Esta vez, fue un beso buscado. Tímido. Cálido. Salado.
Verdadero.
Y ahí, con los pies en el agua y el corazón en el aire, comenzó algo nuevo.
Porque a veces el mar no se lleva cosas.
A veces, las trae.