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14.12.25
rElAtO. El Fin de Semana de Rubén e Iván
Viernes – La llegada y la primera explosión
El coche se detuvo frente al chalet a las cinco de la tarde. El calor era denso, pegajoso. Rubén bajó primero, sin camiseta, el sudor resbalando por su pecho moreno hasta perderse en la cintura del pantalón. Iván lo siguió con la mirada fija en la V profunda que formaban sus abdominales y en cómo el short de deporte se le clavaba entre las nalgas cuando se agachó a sacar las maletas.
En cuanto cerraron la puerta principal, la ropa empezó a sobrar. Rubén se quitó los zapatos de una patada y quedó descalzo sobre el mármol fresco. Iván no pudo evitar mirar sus pies: grandes, planta ancha, dedos fuertes con algo de vello negro en los nudillos. Sintió la primera punzada directa en la entrepierna.
—¿Piscina ya o primero follamos aquí mismo? —preguntó Rubén con esa voz grave que siempre hacía temblar a Iván.
—Primero la piscina. Quiero verte mojado.
Se desnudaron en el pasillo sin miramientos. El pene de Rubén colgaba pesado, medio duro ya, grueso como una lata de refresco, con venas marcadas y un prepucio que apenas cubría la mitad del glande morado. Iván, más delgado, tenía el miembro recto, rosado, la cabeza brillante de anticipación y los huevos completamente depilados, colgando bajos y llenos.
Salieron al jardín. La piscina estaba impecable, el agua tan transparente que reflejaba el cielo. Rubén se tiró de cabeza; cuando emergió, el agua le caía por la cara, el cuello, los pectorales, los pezones duros como piedrecitas. Iván se quedó un segundo hipnotizado antes de saltar también.
El primer contacto fue bajo el agua: Rubén agarró a Iván por la cintura y lo pegó contra sí. Sus pollas se rozaron, duras ya, resbaladizas por el agua y el precúm. Rubén bajó una mano y atrapó el pie derecho de Iván, lo levantó hasta la superficie y, sin pedir permiso, se metió el dedo gordo en su boca. Chupó con fuerza, la lengua girando alrededor del dedo mientras con la otra mano apretaba el glúteo de Iván y separaba sus nalgas bajo el agua.
Iván soltó un gemido que resonó en todo el jardín.
Salieron chorreando. Rubén no esperó: arrastró a Iván hasta el césped artificial junto a la piscina, lo puso boca abajo y se sentó sobre sus muslos. Con las dos manos abrió las nalgas pálidas de Iván y contempló el ano: pequeño, rosado, perfectamente cerrado, rodeado de un vello muy fino y oscuro. Escupió directamente sobre el agujero y vio cómo la saliva resbalaba por el perineo hasta los huevos.
—Joder, qué culito virgen tienes —murmuró.
Su lengua atacó sin aviso. Lamió de abajo arriba, desde los huevos hasta el final de la rabadilla, deteniéndose en el ano para presionar, girar, penetrar. Iván se arqueó, gritando, las manos arañando el césped falso. Rubén hundió la cara entera, la nariz entre las nalgas, la lengua follando el agujero con hambre animal. Cada vez que Iván intentaba cerrar las piernas, Rubén las abría más, hasta que el ano quedó completamente expuesto, hinchado, brillante de saliva.
Entonces Rubén se incorporó, se escupió en la mano y untó su polla gruesa. La cabeza, gorda y venosa, palpitaba. Apoyó la cabeza en el ano dilatado y empujó. Iván soltó un grito ahogado cuando el glande pasó el esfínter. Rubén no paró: fue entrando centímetro a centímetro, sintiendo cómo el ano se abría a su alrededor, caliente, aterciopelado, apretadísimo. Cuando llegó a la mitad, se retiró un poco y volvió a empujar, más fuerte. Iván jadeaba, la cara contra el suelo, las lágrimas de placer mezclándose con el cloro.
Rubén empezó a follar de verdad. Embestidas largas, profundas, los huevos golpeando las nalgas de Iván con cada golpe. Al mismo tiempo agarró los dos pies de Iván, los juntó y metió su lengua entre los dedos mientras lo penetraba sin piedad. El contraste era brutal: el ano tragándose su polla hasta la raíz y los pies delicados en su boca.
—Voy a correrme dentro —gruñó.
Y lo hizo. Se clavó hasta el fondo y descargó chorro tras chorro de semen caliente y espeso directamente en las entrañas de Iván. El ano se contrajo rítmicamente alrededor de su polla, ordeñándolo. Cuando Rubén salió, el agujero quedó abierto un segundo, rojo e hinchado, y un hilo grueso de semen salió resbalando por el perineo hasta los huevos.
Iván, todavía temblando, se giró y, sin decir nada, se lanzó sobre el pene de Rubén. Lo chupó con furia, saboreando su propio sabor mezclado con el semen, hasta que Rubén volvió a endurecerse. Entonces Iván se sentó encima, se apuntó el miembro y se dejó caer de golpe. El ano, ya lubricado con semen, lo tragó entero. Iván cabalgó como poseído, los pies apoyados en el pecho de Rubén para que éste los lamiera y mordiera mientras subía y bajaba.
Se corrió sin tocarse: el semen salió a chorros, salpicando el cuello y la cara de Rubén. El ano se cerró como un puño alrededor de la base de la polla y Rubén volvió a eyacular dentro por segunda vez en menos de media hora.
Se quedaron tirados en el césped, el semen goteando del culo abierto de Iván, los pies de ambos entrelazados y cubiertos de saliva.
Viernes noche – La hamaca y el aceite
Después de una cena ligera (y desnuda), volvieron a la piscina iluminada. Rubén sacó una botella grande de aceite de coco. Untó los pies de Iván hasta que brillaban y luego los usó para masturbarse: los dedos de Iván envolviendo su polla gruesa, resbalando arriba y abajo, el aceite chorreando. Rubén gemía mirando cómo sus propios huevos se balanceaban entre las plantas de los pies de Iván.
Luego puso a Iván boca abajo en la hamaca, abrió sus nalgas y vertió aceite directamente en el ano. Metió tres dedos de golpe; Iván gritó de placer. Los movió, los giró, los sacó y los volvió a meter hasta que el agujero quedó flojo y brillante. Entonces metió la lengua otra vez, bebiendo su propio semen mezclado con el aceite.
Se folló a Iván en la hamaca durante casi una hora: lento, profundo, luego salvaje. Cada vez que sacaba la polla, el ano quedaba abierto como una flor, rojo e hinchado, pidiendo más. Rubén escupía dentro, metía cuatro dedos, los sacaba y volvía a follar. Cuando se corrió la tercera vez, el semen salió a presión por los lados porque el culo de Iván ya no podía contenerlo todo.
Sábado mañana – Desayuno de ano y pies
Se despertaron duros. Iván se arrodilló en la cocina y le hizo un rimming a Rubén mientras éste tomaba café apoyado en la encimera: lengua dentro del ano, narices hundidas entre nalgas, huevos de Rubén colgando sobre la cara de Iván. Rubén se corrió sin tocarse, el semen cayendo directamente en el café de Iván, que se lo bebió sin dudar.
Luego intercambiaron: Rubén puso a Iván sobre la mesa, le abrió las piernas en V y se pasó veinte minutos lamiéndole el ano, metiendo lengua hasta el fondo, chupando los bordes, mordisqueando el esfínter. Cuando Iván ya no podía más, Rubén le metió la polla de golpe y lo folló contra la mesa hasta que los platos cayeron al suelo.
Sábado mediodía – Piscina y juego acuático
En la piscina inventaron un juego: quien aguantara más tiempo bajo el agua recibiendo rimming ganaba. Rubén perdió a propósito para que Iván le comiera el culo bajo el agua durante minutos, saliendo a respirar y volviendo a hundirse. Cuando salieron, el ano de Rubén estaba tan hinchado que parecía un donut rojo.
Luego Iván se sentó en el borde, piernas abiertas, y Rubén le metió la lengua y tres dedos mientras le chupaba los dedos de los pies uno por uno.
Después se follaron en el agua poco profunda: Rubén de pie, Iván con las piernas alrededor de su cintura, el agua salpicando con cada embestida brutal. El ano de Iván hacía ruiditos obscenos cada vez que la polla salía y entraba.
Sábado tarde – La habitación de los espejos
Encontraron una habitación con espejos en techo y paredes. Se tumbaron en la cama y se dedicaron horas a mirarse mientras se exploraban.
Rubén se puso a cuatro patas y pidió que le abrieran el culo al máximo. Iván metió los cinco dedos poco a poco hasta que su mano entera desapareció dentro del ano de Rubén. Lo masturbó desde dentro, sintiendo la próstata hinchada. Rubén lloraba de placer, la polla goteando sin parar.
Luego cambiaron: Rubén fistó a Iván lentamente, girando la mano, abriendo y cerrando los dedos dentro. Cuando sacó la mano, el ano de Iván quedó completamente abierto, un túnel rojo y brillante del que salía semen acumulado de todas las corridas anteriores.
Se corrieron mirándose en los espejos desde todos los ángulos, semen volando por todas partes.
Sábado noche – Lo más sucio
Usaron todo lo que encontraron: plátanos gruesos para dilatar, botellas de agua para meter y sacar, hielo para meter en el ano y ver cómo se derretía y salía mezclado con semen. Rubén se corrió dentro de Iván cinco veces esa noche; al final, cada vez que Iván se levantaba, el semen caía a chorros por sus muslos.
Durmieron con la polla de Rubén todavía dentro del culo de Iván, enchufada toda la noche.
Domingo mañana – Despedida lenta
Se despertaron empalmados. Hicieron un 69 interminable: Rubén chupando polla y huevos mientras Iván le comía el culo y los pies al mismo tiempo. Se corrieron en la boca del otro y se besaron tragando todo.
En la ducha final, Rubén se arrodilló y le hizo un rimming a Iván bajo el agua caliente durante media hora, hasta que el ano quedó tan flojo que cabían cuatro dedos sin esfuerzo. Luego lo penetró contra la pared, embistiendo despacio, besándose, hasta la última corrida del fin de semana: Rubén llenando a Iván una vez más mientras le chupaba los dedos de los pies levantados contra el azulejo.
Salieron de la casa al mediodía. Iván apenas podía caminar recto; tenía el ano hinchado, rojo, palpitante, y cada paso hacía que más semen resbalara por sus piernas. Rubén iba detrás, mirándolo con hambre, sabiendo que en cuanto llegaran a la ciudad buscarían cualquier excusa para repetir.
El fin de semana había terminado, pero sus cuerpos llevaban la marca para siempre: anos dilatados, pies mordidos, bocas que sabían a semen y cloro, y una adicción nueva que ninguno de los dos quería curar.
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