25.12.25

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Decidieron que el primer viaje de verdad sería en Semana Santa, cuando la universidad cerraba una semana entera y sus padres, como siempre, se iban con unos amigos a un crucero por el Mediterráneo.

«Nos vamos a la montaña, mamá. Alquiler barato con otros compañeros», mintieron al unísono.

Ella les dio doscientos euros «para gasolina y caprichos» y les abrazó emocionada: «Qué bien que sigáis tan unidos, mis niños».

El destino real: una casa rural perdida en la sierra de Gredos, a tres horas y media de Madrid. Solo una vivienda en diez kilómetros a la redonda, sin cobertura decente, sin vecinos, sin excusas para no gritar.

Viernes, 18:47 h – Salida

Óscar conducía el viejo Golf de su padre; Eric iba de copiloto con la mano metida dentro del muslo de su hermano desde el primer semáforo. A-6. Cuando salieron de la ciudad, Eric bajó la cremallera de Óscar, sacó su polla ya medio dura y se la chupó durante cuarenta minutos seguidos, tragando cuando Óscar se corrió en la boca justo al pasar Ávila. Después se besaron con sabor a semen y carretera, y siguieron.

Viernes, 22:13 h – Llegada

La casa era de piedra, antigua, con chimenea y un porche que daba al valle. Nada más cerrar la puerta, dejaron las mochilas en el suelo y se desnudaron en la entrada. No hubo palabras. Solo el sonido de cinturones, zapatillas, respiraciones. Óscar empujó a Eric contra la pared de piedra fría y lo levantó en peso, piernas alrededor de su cintura, y lo penetró allí mismo, de pie, sin lubricante más que saliva. Eric lloró de placer y dolor, clavándole las uñas en la espalda. Se corrieron casi a la vez, Óscar llenándole el culo hasta que goteaba por sus muslos mientras lo bajaba al suelo temblando.

Después hicieron el amor otra vez en la alfombra, delante de la chimenea que aún no habían encendido. Esta vez lento, cara a cara, diciéndose «te quiero, hermano» cada vez que sus caderas se encontraban.

Sábado – El día sin ropa

Se levantaron a las once. No se vistieron en ningún momento durante 36 horas seguidas.

Desayunaron desnudos en la cocina de madera. Eric sentado en la encimera abierta de piernas mientras Óscar le comía el culo untado de mermelada de fresa. Follaron sobre la mesa, luego en la ducha de piedra, luego en el sofá, luego en el suelo. Cada vez que uno se corría, el otro lo lamía limpio y empezaban de nuevo.

Por la tarde salieron al porche. Nevaba suave. Óscar se sentó en la mecedora de madera y Eric se sentó encima, de espaldas, empalándose despacio mientras los copos se derretían en su piel caliente. Se movieron así casi una hora, sin prisa, hasta que el frío les obligó a entrar corriendo, riendo, y terminaron follando contra la puerta de cristal empañada por sus respiraciones.

Domingo – Senderismo prohibido

Había un camino que subía hasta un mirador a 1900 metros. Salieron con mochilas, botas… y nada debajo del chándal. A mitad de subida, en un claro rodeado de pinos, Óscar se bajó los pantalones y se inclinó contra un tronco. Eric lo folló allí, al aire libre, con el viento helado en los huevos y la nieve cayendo sobre sus espaldas. Óscar se corrió sin tocarse, solo con la próstata, y el semen cayó blanco sobre blanco. Eric se corrió dentro y tapó la salida con la mano para que no se derramara mientras seguían subiendo.

En la cima no había nadie. Se tumbaron en una roca plana, se quitaron toda la ropa a pesar del frío y se hicieron una felación mutua, 69, con el cielo gris encima y la sierra entera debajo. Cuando se corrieron, se quedaron abrazados, temblando, viendo cómo su semen se enfriaba rápidamente sobre la piedra.

Lunes – La tormenta

Se levantó viento fuerte y empezó a tronar. Se quedaron dentro, encendieron la chimenea y pusieron música baja. Fue la noche más intensa del viaje.

Óscar ató las muñecas de Eric al cabecero con su propio cinturón. Le vendó los ojos con una bufanda. Lo tuvo al borde durante dos horas: dedos, lengua, juguete, boca, todo menos la polla. Eric lloraba, suplicaba, decía «hermano, por favor, fóllame, te lo ruego». Cuando por fin Óscar entró, lo hizo tan profundo y tan rápido que Eric gritó tan alto que se quedó sin voz. Se corrieron tres veces seguidas, sin salir, hasta que el semen salía mezclado con lubricante y goteaba por las sábanas.

Después, con Eric aún atado, Óscar se tumbó encima y le susurró al oído durante media hora: que lo quería, que era suyo, que nadie en el mundo los separaría nunca. Eric lloró de nuevo, pero esta vez de pura felicidad.

Martes – Roleplay

Decidieron jugar a que eran dos desconocidos que se encontraban en una casa rural. Eric se vistió con la camisa de Óscar y nada más; Óscar con vaqueros sin calzoncillos. Fingieron presentarse en la cocina: «¿Tú también alquilaste la casa por error?». Cinco minutos después, Eric estaba boca abajo sobre la mesa, con la camisa subida hasta la nuca y Óscar follándolo mientras le decía «no sabes cuánto tiempo llevo queriendo follarme al hermano que nunca tuve». El juego se rompió cuando los dos se corrieron gritando el nombre real del otro.

Miércoles – Última mañana

Se despertaron temprano porque tenían que dejar la casa antes de las 12:00. No querían irse.

Follaron una última vez en la ducha, de pie, abrazados, agua hirviendo, llorando los dos sin disimulo. Óscar dentro de Eric, sin moverse apenas, solo balanceándose, diciéndose «te quiero» una y otra vez hasta que se corrieron casi sin fuerza, solo por la emoción.

Recogieron en silencio. Cuando cerraron la puerta, se quedaron un minuto abrazados en el porche, mirando la sierra nevada.

En el coche de vuelta hablaron poco. Se cogían de la mano sobre la palanca de cambios. A la altura de Navalperal, Eric dijo en voz baja:«Tenemos que repetir esto cada año. Aunque tengamos que mentir mil veces más».

Óscar apretó su mano.«Cada año. Y si algún día no podemos mentir, nos escapamos igual».

Pararon en un área de servicio vacía. En el baño de minusválidos se besaron con urgencia, se bajaron los pantalones y se corrieron en menos de tres minutos, uno en la mano del otro, mirando cómo el semen caía al suelo sucio.

Cuando llegaron a Madrid, ya eran de nuevo «los hermanos perfectos».

Pero en el bolsillo de Óscar había una llave extra de la casa rural, y en el móvil de Eric una reserva automática para el año que viene.

Porque ahora ya no solo tenían un secreto.
Tenían un lugar donde el secreto podía respirar, gritar y correrse libre durante siete días seguidos.
Y eso, para ellos, era casi como tenerlo todo.



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