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22.2.25
RelAtO cOrTo. La PlaYa.
En
la orilla del mar, bajo el cálido sol de verano, dos hombres se
encontraron en una playa solitaria. Sus vidas se entrelazaron en un
instante, como las olas que besaban la arena.
Carlos,
un artista bohemio con cabello alborotado y ojos llenos de
curiosidad, caminaba descalzo por la orilla. Su piel dorada por el
sol y su sonrisa sincera atraían miradas de admiración. Llevaba
consigo una libreta de dibujo y un lápiz, siempre listo para
capturar la belleza efímera que encontrara.
Javier,
un ingeniero de software con gafas y una mente analítica, estaba
sentado en una roca, absorto en su libro. La brisa marina revolvía
sus cabellos oscuros mientras sus dedos seguían las palabras
impresas en las páginas.
Carlos
se acercó a Javier, intrigado por el libro que sostenía. "¿Qué
estás leyendo?" preguntó, su voz suave como las olas.
Javier
levantó la vista y sonrió. "Es una novela de ciencia ficción",
respondió. "¿Y tú? ¿Qué haces aquí?"
"Soy
un artista", dijo Carlos, señalando su libreta. "Busco
inspiración en cada rincón del mundo".
Javier
asintió. "Yo también busco inspiración, pero en líneas de
código y algoritmos".
A
lo largo de los días, compartieron historias y risas. Carlos le
mostró sus bocetos de la playa, las conchas y las aves marinas.
Javier le explicó cómo funcionaba el algoritmo de búsqueda en su
aplicación de mapas.
Una
noche, mientras observaban las estrellas, sus manos se rozaron. El
corazón de Carlos latió con fuerza, y Javier no apartó la
mirada.
"¿Qué
estamos haciendo?" preguntó Carlos, su voz
temblorosa.**
Javier
sonrió y acarició su mejilla. "Estamos encontrando algo
hermoso en medio de la nada", dijo. "¿Por qué no dejamos
que suceda?"
Así
comenzó su romance en la playa. Se besaron bajo la luna, sus cuerpos
entrelazados como las algas en la marea. Descubrieron secretos en las
olas y prometieron recordarse siempre.
Sus cuerpos entrelazados descubrían con sus manos al del otro, rincones inexplorados, Javier se chupo un dedo y se lo metió a Carlos por el culo a lo que el respondió con un gemido y un beso, Carlos también se chupo un dedo y se lo metió y allí los dos trabajando el culo del otro sin dejar de besarse y con el ruido de las olas de fondo.
Carlos agarró su polla para mantenerla enfilada hacia el ano de Javier que estaba sobre él. Su cuerpo se dejó caer sobre la polla de Carlos y sintió una punzada en los huevos que, al rato tras metérsela entera, se le fue. Javier cabalgó a Carlos como un verdadero cowboy y sintió por primera vez el miembro de otro varón en su interior y por raro que le pareciera le encantaba la sensación de ser penetrado, busco su boca y lo beso mientras sentía que la polla de Carlos iba más y más rápido, hasta que sintió que se corría dentro de él, Javier se inclinó hacia atrás y masturbándose con fuerza consiguió lo que más le apetecía en ese momento, que era correrse sintiendo la polla de Carlos en su interior y recién corrido. La lefa de Javier llegó hasta la cara de Carlos y ambos rieron. Javier se lanzó a comerle la boca para después bajar a sus pezones y a sus sobacos. Durante horas, la mezcla de sal y lefa se convirtió en su segunda piel y cada vez que se corrían, se miraban a los ojos y se besaban después.
El
último día, cuando el sol se hundía en el horizonte, Carlos y
Javier se abrazaron con fuerza. "¿Volveremos a vernos?"
preguntó Carlos.
Javier
besó su frente. "Quizás en otra playa, en otro verano",
susurró. "Pero siempre llevaré este recuerdo en mi
corazón".
Se
separaron con lágrimas en los ojos, pero sabían que su historia no
había terminado. En esa playa, encontraron algo más que
inspiración: encontraron el amor.
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