10.11.25

reLAto. En El suPerMercAdo


Vicente y Bruno se conocen en el supermercado, un lugar inesperado para un encuentro que cambiaría el curso de su tarde. Ambos estaban allí para hacer sus compras semanales, cada uno con su propia lista de artículos, pero el destino tenía otros planes.

Vicente, un hombre de mediana edad con una presencia imponente, se movía con confianza entre los pasillos, sus ojos escaneando los estantes en busca de las ofertas del día. Bruno, por otro lado, era más joven, con una energía nerviosa que lo hacía parecer siempre en movimiento. Sus caminos se cruzaron en el pasillo de las bebidas, donde ambos alcanzaron simultáneamente una botella de agua.

“Lo siento,” murmuró Vicente, con una sonrisa que suavizaba la disculpa.

“No, fue mi culpa,” respondió Bruno, devolviendo la sonrisa. “Soy Bruno, por cierto.”

“Vicente,” dijo el otro, extendiendo una mano que Bruno estrechó con firmeza.

La conversación fluyó con facilidad, desde temas triviales como las preferencias de marca hasta anécdotas más personales. Descubrieron que ambos eran solteros y que compartían un gusto por la buena comida y la música clásica. La química entre ellos era palpable, y pronto se encontraron compartiendo una taza de café en la pequeña cafetería del supermercado, riendo y bromeando como viejos amigos.

Mientras charlaban, Vicente notó la forma en que los ojos de Bruno se demoraban en él, una mirada que reconoció como deseo. La sensación era mutua, y Vicente sintió una oleada de anticipación. Decidió arriesgarse y propuso a Bruno un plan más osado.

“¿Te gustaría tomar algo después de esto?” preguntó Vicente, inclinándose ligeramente hacia adelante, reduciendo la distancia entre ellos.

Bruno asintió, una sonrisa traviesa jugando en sus labios. “Me encantaría.”

Terminaron sus compras con rapidez, casi como si el tiempo se hubiera acelerado. Una vez fuera, Vicente sugirió que fueran a su apartamento, que estaba a solo unos minutos a pie. Bruno aceptó sin vacilar, y juntos se dirigieron hacia el edificio de Vicente, sus pasos sincronizados, como si hubieran hecho esto cientos de veces.

El apartamento de Vicente era moderno y minimalista, con grandes ventanales que ofrecían una vista impresionante de la ciudad. Bruno se sintió inmediatamente a gusto, atraído por la calidez del ambiente y la presencia de Vicente.

“Pon algo de música, si quieres,” ofreció Vicente, dirigiéndose a la cocina para preparar unos tragos.

Bruno navegó por la colección de discos de Vicente, seleccionando una pieza de Mozart que llenó la habitación con notas suaves y melódicas. Cuando Vicente regresó con dos copas de vino tinto, Bruno estaba de pie junto a la ventana, contemplando la vista.

“Es hermoso,” murmuró Bruno, más para sí mismo que para Vicente.

“Sí, lo es,” respondió Vicente, acercándose por detrás, su voz baja y ronca. Puso una mano en el hombro de Bruno, sintiendo el calor de su piel a través de la tela de la camisa.

Bruno se giró, sus ojos encontrándose con los de Vicente. Sin palabras, se inclinaron hacia adelante, sus labios se encontraron en un beso profundo y lleno de deseo. Las copas de vino se olvidaron, cayendo al suelo con un ruido sordo, pero ninguno de los dos se inmutó. El mundo exterior había desaparecido, dejando solo el momento, la conexión, la promesa de placer.

Vicente llevó a Bruno a su habitación, donde las luces suaves y la música suave creaban un ambiente íntimo. Se desvistieron el uno al otro con una lentitud deliberada, explorando cada centímetro de piel con manos y labios. Los gemidos de placer llenaron la habitación, mezclándose con la música.

Finalmente, desnudo y excitado, Vicente guió a Bruno al baño, donde el espejo reflejaba sus cuerpos entrelazados. Con un movimiento fluido, Vicente se arrodilló frente a Bruno, tomando su erección en la boca, sintiendo el pulso de la excitación de Bruno contra su lengua. Bruno gimió, sus manos enredándose en el cabello de Vicente, guiándolo, instándolo a ir más profundo.

El placer era intenso, una oleada de sensaciones que los consumía a ambos. Vicente trabajaba con dedicación, su boca y sus manos moviéndose en sincronía, llevando a Bruno al borde del éxtasis. Cuando Bruno llegó al clímax, su cuerpo se tensó y se liberó, Vicente tragó cada gota, saboreando la esencia de su amante.

Vicente se levantó, sus ojos fijos en los de Bruno, que brillaban con una mezcla de satisfacción y deseo. Con una sonrisa, Vicente se giró, presentando su propio cuerpo a Bruno, invitándolo a tomar el control. Bruno aceptó la invitación, sus manos y boca explorando a Vicente con la misma intensidad y devoción.

El baño se convirtió en un santuario de placer, donde cada toque, cada beso, cada susurro era una promesa de más. Se perdieron en el momento, en el otro, sus cuerpos entrelazados en una danza de deseo y satisfacción. El tiempo perdió su significado, y solo existieron ellos dos, en su propio mundo de placer.

Cuando finalmente emergieron del baño, el sol había comenzado a ponerse, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. Se vistieron lentamente, sus cuerpos aún vibrando con la intensidad de su encuentro. La música seguía sonando, ahora una melodía más suave, como si el universo mismo les diera un cierre perfecto.

“Gracias,” susurró Bruno, sus ojos llenos de gratitud y afecto.

“No, gracias a ti,” respondió Vicente, acariciando la mejilla de Bruno. “Por compartir este momento conmigo.”

Se despidieron con un beso, prometiéndose un hasta luego, sabiendo que, aunque sus caminos se separaran, siempre tendrían este recuerdo, este momento de conexión y placer, para atesorar. Y así, con una sonrisa y un guiño, Bruno salió del apartamento, llevándose consigo el eco de la música y el sabor de su encuentro.

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