12.10.25

rELaTo. El deseo en cada roce

El fuego al descubierto

Raúl, de 25 años, era un torbellino de energía envuelto en un cuerpo que parecía diseñado para seducir: piel bronceada por el sol madrileño, melena castaña cayendo en mechones rebeldes sobre su frente, y ojos verdes que destilaban una mezcla de picardía y deseo crudo. Su figura esbelta, definida por una camiseta ajustada y vaqueros que marcaban sus caderas, exudaba una sensualidad magnética. Como diseñador gráfico freelance en Madrid, vivía en un apartamento caótico en Lavapiés, atrapado en un torbellino de plazos que lo dejaban exhausto, con los hombros rígidos, las sienes palpitando y un insomnio que lo consumía. Harta de sus quejas, su amiga Clara le lanzó una idea que lo hizo soltar una risa escéptica mientras compartían un vermú en una terraza, el calor del verano pegándose a su piel.

—¿Reflexología podal? ¿Que me toquen los pies? Ni loco, Clara —dijo Raúl, frunciendo el ceño, su vaso sudando en la mano.

—Es Rubén. Sus manos son... puro vicio —respondió ella, con un guiño cargado de promesas.Raúl, desesperado por alivio, cedió. 

La consulta de Rubén, en un bajo de Malasaña, era un nido de lujuria disfrazado de calma: paredes blancas iluminadas por velas parpadeantes, frascos de aceites esenciales alineados en estanterías, y un aire denso de sándalo, jazmín y almizcle que invitaba a rendirse. Rubén lo recibió en la puerta, y el aire se cargó de electricidad al instante. A sus 30 años, Rubén era puro magnetismo: alto, con una barba oscura que delineaba una mandíbula afilada, y ojos negros que lo recorrieron con una intensidad que era casi un roce. Su camiseta gris se adhería a sus pectorales y bíceps, y los vaqueros marcaban sus muslos de una forma que hacía imposible no imaginar lo que ocultaban.

—Pasa, Raúl —dijo Rubén, su voz grave, un murmullo que vibraba como una caricia sexual—. Para la reflexología, es mejor si te quitas todo. La ropa puede limitar la energía. —Su tono era profesional, pero sus ojos traicionaban un hambre que no intentaba ocultar.Raúl, con un nudo de nervios y una chispa de curiosidad que lo encendió, arqueó una ceja. 

—¿Todo? —preguntó, su voz cargada de desafío.

—Todo —respondió Rubén, una sonrisa lenta curvándose en sus labios.Sin romper el contacto visual, Raúl se quitó la camiseta, dejando al descubierto un torso esculpido, la piel brillando bajo la luz de las velas. Desabrochó sus vaqueros, dejándolos caer al suelo junto con sus bóxers negros, revelando su cuerpo desnudo, su excitación apenas contenida. Rubén, con el pulso acelerado, siguió su ejemplo. Se arrancó la camiseta, mostrando un pecho fuerte cubierto de vello oscuro, y dejó caer sus vaqueros y bóxers grises, su erección evidente bajo la luz tenue. Ambos se miraron, el aire espeso de deseo, sus cuerpos expuestos como una declaración de intenciones.

—Ponte cómodo en la camilla —dijo Rubén, su voz más ronca, señalando la superficie cubierta con sábanas de lino blanco. Raúl se recostó, su piel desnuda contrastando con el blanco inmaculado, sus pies bronceados y perfectos destacando bajo la luz.Rubén vertió un aceite tibio de jazmín y especias en sus manos, el aroma llenando el espacio. Se sentó frente a Raúl, sus rodillas rozando el borde de la camilla. Sus dedos tocaron los tobillos de Raúl, y el contacto fue un incendio. Raúl cerró los ojos, un gemido gutural escapando de su garganta mientras Rubén aplicaba técnicas de masaje erótico disfrazadas de reflexología.
  1. Caricias de pluma para despertar: Rubén comenzó con roces suaves, sus dedos deslizándose desde los tobillos hasta los dedos en movimientos largos y lentos, apenas rozando la piel, sensibilizando cada nervio. La técnica, conocida en masajes eróticos, hacía que Raúl temblara, su cuerpo desnudo reaccionando con un leve arqueo.
  2. Presión rítmica para encender: Sus pulgares trabajaron el centro de la planta en círculos profundos, imitando un ritmo sexual que resonaba en el cuerpo de Raúl. Cada presión en el arco, un punto erógeno, enviaba escalofríos por su columna, y un jadeo escapó de sus labios, su erección evidente contra la sábana.
  3. Deslizamiento sensual: Con más aceite, Rubén envolvió los pies en movimientos fluidos, sus manos subiendo y bajando en una danza que era puro sexo disfrazado. Sus dedos se demoraban en los dedos de Raúl, acariciándolos uno por uno, rozándolos con una lentitud que era una promesa explícita.
Rubén estaba al borde del colapso. Los pies de Raúl eran una obsesión: suaves, cálidos, con una curvatura que lo hacía imaginar su boca recorriéndolos. Su propia excitación era imposible de ignorar, su cuerpo temblando mientras masajeaba. Cuando Raúl soltó un gruñido profundo, sus caderas moviéndose contra la camilla, Rubén sintió un calor que lo consumía. Imaginaba sus manos subiendo por los muslos desnudos de Raúl, su lengua lamiendo la piel suave de esos pies, explorando cada rincón.

—¿Todo bien? —preguntó Raúl, su voz ronca, los ojos entreabiertos, cargados de placer descarado..

—Joder, demasiado bien —respondió Rubén, su tono grave traicionando su hambre. 

Sus dedos usaron un roce circular en el empeine, manteniendo la piel en constante anticipación.La sesión fue un juego de lujuria. Raúl se rendía, sus gemidos llenando el silencio, su cuerpo desnudo temblando, sus caderas buscando más contacto. Rubén, atrapado en su deseo, imaginaba besar esos pies, lamer cada curva, subir hasta su entrepierna.

Las sesiones se convirtieron en un ritual de deseo crudo. Rubén usaba técnicas más osadas: roces con las uñas para excitar la piel, presión alternada con caricias largas, y un juego de temperaturas con aceite tibio y su aliento cálido cerca de los pies. Raúl regresaba, sus jadeos más descarados, su cuerpo pidiendo más.

Una tarde, tras una sesión donde los roces fueron más urgentes, Raúl se levantó de la camilla, su cuerpo desnudo brillando bajo las velas. Se acercó a Rubén, sus manos encontrando su cintura. 

—Tomemos algo. Pero después, quiero esas manos en todo mi cuerpo —dijo, su voz un desafío, sus ojos prometiendo todo.Rubén sonrió, su cuerpo ardiendo. Los pies de Raúl habían encendido un incendio, pero sus cuerpos desnudos, expuestos desde el primer día, prometían consumirlo todo.

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