Dani y Lucas eran amigos desde la secundaria, inseparables, siempre compartiendo risas y confidencias. Ahora, con veintitantos años, vivían en el mismo piso en Barcelona, disfrutando de la libertad de la ciudad y sus noches interminables. Una tarde de verano, mientras compartían unas cervezas en el balcón, la conversación tomó un giro inesperado.Estaban hablando de primeras veces, de esas cosas que uno guarda en secreto hasta que el alcohol afloja la lengua. Lucas, con las mejillas encendidas por el calor y la cerveza, confesó algo que dejó a Dani con la boca abierta:
“Tío, no sé cómo decirlo, pero… me flipan los pies. No sé, es como una cosa que me pone”. Dani, entre risas nerviosas, no lo juzgó. En cambio, admitió que él también había sentido curiosidad, aunque nunca lo había explorado.
“¿En serio? ¿Y cómo empezó eso?”, preguntó Dani, intrigado.
Lucas contó que todo comenzó con un vídeo en internet, algo inocente, donde vio a alguien masajeando unos pies con una delicadeza que lo dejó hipnotizado. No era solo la estética, era la idea de la intimidad, la suavidad, el cuidado. Dani, que siempre había sido más reservado, confesó que una vez, en la playa, no podía dejar de mirar los pies descalzos de una chico que caminaba por la arena. “No sé, había algo en cómo se movían, en la forma de los dedos… Me dio cosa admitirlo hasta ahora”.Esa noche, la curiosidad los llevó a un acuerdo tácito.
“Vale, hagamos un experimento”, propuso Lucas, medio en broma, medio en serio. “Pero sin pasarnos, ¿eh? Solo… probemos”.
Dani, aunque nervioso, asintió. Se sentaron en el sofá, descalzos, y Lucas, con una timidez que contrastaba con su habitual confianza, pidió permiso para tocar los pies de Dani.
“Solo un masaje, tranquilo”. Dani, riendo para romper la tensión, aceptó.El ambiente era íntimo, con la luz tenue del atardecer colándose por la ventana. Lucas comenzó a masajear los pies de Dani, con cuidado, casi con reverencia. La sensación era extraña al principio, pero pronto Dani sintió una mezcla de relajación y algo más, una chispa que no esperaba.
“Tío, esto es raro, pero… mola”, admitió, sonrojado.
Lucas sonrió, confesando que él también estaba nervioso, pero que le gustaba la conexión que estaban compartiendo.
Intercambiaron roles, y Dani, torpe al principio, encontró un ritmo al masajear los pies de Lucas. Había algo en la vulnerabilidad del momento, en la confianza mutua, que los acercó más allá de la amistad. No era solo sobre los pies; era sobre permitirse explorar algo nuevo sin miedo al juicio.
"Tío, esto me gusta mucho", dijo Lucas recolocándose la polla.
Dani se quedó mirando el bulto que marcaba el pantalón y se excitó inmediatamente.
"A mí también me pasó, lo de empalmarme", le dijo sonriente y muy muy nervioso.
Lucas se desabrochó el pantalón y, rebuscando dentro, dejó salir su polla perfecta al exterior; Dani la miraba atónito y un poco con ganas de sacarse la suya y se le ocurrió algo.
"Levántate", le dijo dejando su pie en el suelo. "Ahora, desnúdate del todo y túmbate así, un pie por aquí para que yo lo pueda coger y tú a mí el otro". Lucas lo miraba con la polla fuera y admiraba su cuerpo.
"Vaya..."
"¿Nunca me viste desnudo?"
"Sí, muchas veces, pero empalmado, no".
Dani se ruborizó y se tiró al sofá. "Anda, ven aquí", le dijo cariñosamente, ofreciéndole un pie.
Se colocaron uno enfrente del otro, con las piernas cruzadas y los huevos pegados el uno con el otro; además, cada uno tenía un pie del otro en la mano y llevándoselo directamente a la boca, y fue Lucas quien agarró ambos penes con la otra mano y los comenzó a pajear mientras sus ojos echaban fuego y sus lenguas salían a explorar el pie del otro.
Tras lamer, besar, sentir la lengua del otro entre sus dedos, mordidas en el talón y mucho más, terminaron corriéndose como nunca y, una vez corridos, se incorporaron, y Lucas sin soltar sus pollas.
"Increíble", dijo Dani.
"Qué pasada, parecíamos una manguera corriéndonos, tío, jajaja".
"Jajajaja"
"Sabes, me gustaría probar algo más", le dijo soltando ambas pollas y pasando su dedo por la mandíbula.
Entonces lo besó. Comenzó siendo un beso suave, pero al cabo de varios segundos sus lenguas estaban enredadas al igual que su cuerpo.
Y así explorando, se encontraron el uno al otro y, además de seguir disfrutando de los pies del otro, disfrutaron mucho, mucho más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario