Martín, un hombre de 40 años con el cabello desordenado y una camiseta algo desaliñada, esperaba en la sala de la clínica urológica, con las manos sudadas apretadas contra las rodillas. Su primera revisión de próstata lo llenaba de nervios, pero también de una curiosidad que lo desconcertaba. Había leído en foros sobre el tacto rectal, con detalles explícitos como “dedo enguantado” y “presión interna”, y aunque lo ponían ansioso, una parte de él sentía una extraña anticipación. El olor a desinfectante saturaba el aire, y el tecleo de la recepcionista amplificaba su inquietud.
Hojeó una revista vieja, pero su mente estaba atrapada en lo que vendría. Cuando lo llamaron, Martín caminó al consultorio con pasos inseguros. El doctor, un hombre de unos 50 años con gafas de marco fino y voz calmada, lo saludó con un apretón de manos firme.
“Martín, esto es un procedimiento estándar, no te preocupes”, dijo, señalando una camilla cubierta con una sábana de papel azul.
“Voy a palpar tu próstata con un tacto rectal para verificar su tamaño y textura. Baja los pantalones y bóxers, y colócate de lado en la camilla, con las rodillas hacia el pecho”.Con el rostro encendido, Martín desabrochó su cinturón, bajó el cierre y deslizó los jeans y bóxers hasta los tobillos, exponiendo su piel al aire frío del consultorio. Se subió a la camilla, asumiendo la posición: de lado, rodillas flexionadas casi hasta el pecho, brazos cruzados. La sábana crujió bajo él, y el silencio del consultorio hacía que cada sonido resonara. Escuchó el chasquido del látex cuando el doctor se puso los guantes, seguido del sonido pegajoso del gel lubricante saliendo del tubo.
“Sentirás algo frío y presión”, advirtió el doctor, aplicando una capa gruesa de gel en sus dedos.Martín fijó la mirada en la pared blanca, respirando hondo.
El primer contacto fue un choque: el dedo índice del doctor, frío y resbaladizo, rozó la entrada de su ano antes de deslizarse con presión firme. Martín jadeó, sorprendido por la sensación invasiva, una mezcla de frío y presión profunda.
“Respira y relájate”, dijo el doctor. Martín obedeció, pero notó algo inesperado: la presión, aunque extraña, tenía un matiz intrigante. El dedo se movió en círculos, palpando la próstata.
“Todo parece normal”, comentó el doctor, pero antes de retirar el dedo, añadió el dedo medio, estirando más la entrada. Martín tensó el cuerpo, sintiendo una presión más intensa, un estiramiento que lo hizo jadear. La sensación era abrumadora, pero extrañamente estimulante.
“¿Estás bien?”, preguntó el doctor, notando su reacción. Martín, con la voz temblorosa, murmuró:
“No… no lo saque aún”. El doctor, tras una pausa, asintió y continuó, moviendo los dos dedos con cuidado, presionando la próstata en pequeños círculos. La sensación era intensa, un cosquilleo que despertaba un placer inesperado. Entonces, el doctor dijo:
“Voy a usar un tercer dedo para una palpación más completa”. Martín, atrapado en la intensidad, asintió.
El dedo anular se unió, estirando aún más, y la presión se volvió casi insoportable, un roce constante contra su próstata que lo hacía estremecerse. Cada movimiento era preciso, estimulando un punto sensible que enviaba oleadas de sensaciones por su cuerpo.Martín cerró los ojos, su respiración se volvió errática. La presión continua, el roce rítmico, lo llevaron a un punto de no retorno. De repente, su cuerpo se tensó, y una oleada de placer lo atravesó, culminando en una eyaculación inesperada que lo dejó jadeando, sorprendido y avergonzado.
El doctor, manteniendo la compostura, continuó unos segundos más antes de retirar los dedos lentamente, dejando una sensación de humedad y vacío.
“Todo en orden, sin anomalías”, dijo, quitándose los guantes con un chasquido. Martín, aturdido, se incorporó, subiendo la ropa con torpeza, su mente en caos.El doctor le entregó una hoja con recomendaciones: revisiones anuales, estilo de vida saludable. Martín asintió, aún procesando lo ocurrido.
En el coche, soltó una risa nerviosa, mirando su reflejo en el retrovisor. Su primera revisión de próstata había sido más que una simple consulta médica; había despertado algo que no entendía del todo. Ese día marcó un antes y un después.
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