La vida en el pueblo de Río Azul era tranquila y pacífica. El río que atravesaba el pueblo era el corazón de la comunidad, y muchos jóvenes pasaban sus días nadando y pescando en sus aguas cristalinas. Entre ellos estaban Lucas y Mateo, dos chicos que vivían en orillas opuestas del río.
Lucas era un chico rubio y alto, con ojos azules que parecían reflejar el cielo. Le encantaba nadar y explorar el río, y pasaba horas enteras en el agua, descubriendo nuevos lugares y secretos. Mateo, por otro lado, era un chico moreno y delgado, con ojos castaños que parecían contener una profunda sabiduría. Le gustaba pescar y leer libros, y solía sentarse en la orilla del río a leer y soñar.
Un día, mientras Lucas estaba nadando en el río, vio a Mateo sentado en la orilla, leyendo un libro. Lucas se acercó a él nadando y se subió a una roca cerca de donde Mateo estaba sentado.
—Hola —dijo Lucas, sacudiendo su cabello mojado—. ¿Qué estás leyendo?
Mateo levantó la vista de su libro y sonrió.
—Hola —respondió—. Estoy leyendo "El Alquimista" de Paulo Coelho. ¿Lo has leído?
Lucas negó con la cabeza.
—No, no lo he leído —dijo—. Pero he oído que es un libro muy bueno.
Mateo asintió.
—Sí, lo es —dijo—. Es sobre seguir tus sueños y escuchar tu corazón.
Lucas se sentó en la roca junto a Mateo y empezaron a hablar. Descubrieron que tenían mucho en común, a pesar de que vivían en orillas opuestas del río. Ambos amaban la naturaleza y la libertad que les daba el río. Empezaron a pasar más tiempo juntos, explorando el río y compartiendo historias y secretos.
Con el tiempo, se convirtieron en mejores amigos. Lucas le enseñó a Mateo a nadar, y Mateo le enseñó a Lucas a pescar. Juntos, descubrieron nuevos lugares en el río y pasaron horas hablando y riendo.
Pero conforme pasaba el tiempo, Lucas empezó a sentir algo más que amistad por Mateo. Empezó a notar la forma en que Mateo sonreía cuando leía un libro, o la forma en que sus ojos brillaban cuando hablaba de sus sueños. Lucas se sentía atraído por Mateo, pero no sabía cómo expresar sus sentimientos.
Mateo, por su parte, también había empezado a sentir algo por Lucas. Le gustaba la forma en que Lucas se reía cuando estaban juntos, o la forma en que su cabello rubio brillaba en el sol. Pero Mateo también tenía miedo de expresar sus sentimientos, por temor a perder su amistad.
Un día, mientras estaban sentados en la orilla del río, Mateo se volvió hacia Lucas y le dijo:
—Lucas, ¿puedo preguntarte algo?
Lucas asintió.
—Claro, ¿qué es?
Mateo se ruborizó ligeramente.
—¿Te gusta alguien? —preguntó.
Lucas se sorprendió, pero luego sonrió.
—¿Por qué preguntas eso? —dijo.
Mateo se encogió de hombros.
—Curiosidad —respondió.
Lucas se acercó un poco más a Mateo.
—Sí, me gusta alguien —dijo en voz baja.
Mateo se volvió hacia él, con los ojos brillantes de curiosidad.
—¿Quién es? —preguntó.
Lucas se ruborizó y miró hacia abajo.
—Tú —dijo en voz baja.
Mateo se sorprendió, pero luego sonrió.
—A mí también me gustas —dijo.
Lucas se sintió aliviado y feliz. Se acercó más a Mateo y se besaron suavemente en la orilla del río. Fue un momento mágico, rodeados de la naturaleza y la belleza del río.
A partir de ese día, Lucas y Mateo fueron más que mejores amigos. Fueron pareja, y su amor creció con cada día que pasaba. Continuaron explorando el río juntos, pero ahora con una nueva dimensión de amor y pasión.
La vida en Río Azul siguió siendo tranquila y pacífica, pero para Lucas y Mateo, todo había cambiado. Habían encontrado el amor en el lugar menos esperado, y sabían que nada podría separarlos.
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