14.6.25

rELaTo. Entre Aguas Termales y Pies Descalzos, 1ª PARTE.





La bruma flotaba suavemente sobre las piscinas termales, perfumada por los aceites esenciales de eucalipto y lavanda que el spa soltaba en intervalos sutiles. Era un lugar apartado en la sierra, escondido entre pinos y paredes de roca cubierta de musgo. Aquel lunes por la tarde, el lugar estaba casi vacío. Ideal para desconectar del mundo. Ideal para reencontrarse con uno mismo… o con alguien inesperado.

Lucas bajó los últimos escalones de piedra con una toalla sobre los hombros, ya descalzo, sintiendo el vapor húmedo acariciarle los tobillos. Tenía 26 años, cabello castaño claro y una calma inusual en su forma de caminar, como si flotara más que pisara. Venía huyendo del ruido de la ciudad, de relaciones fallidas y de la exigencia constante de encajar. En el spa, había encontrado un refugio. Un lugar donde nadie lo conocía. Donde podía ser simplemente él.

El agua turquesa de la piscina termal reflejaba las luces cálidas que salían de los faroles de piedra. Se acercó al borde y sumergió un pie, cerrando los ojos. La temperatura era perfecta.

—¿Primera vez aquí? —dijo una voz grave y suave a su izquierda.

Lucas giró la cabeza y lo vio. Estaba recostado en una de las piedras, casi como una escultura de mármol bronceado por el sol. Tenía el cabello rubio oscuro, ligeramente rizado, y unos ojos color miel que brillaban incluso en la neblina. Llevaba solo un pareo oscuro atado a la cintura, pero sus pies estaban desnudos, largos, elegantes, descansando apenas sobre la superficie del agua.

—Sí —respondió Lucas, un poco más rápido de lo que habría querido—. ¿Y tú?

El chico sonrió.

—Vengo seguido. Me llamo Adrián.

Lucas asintió y se sentó en el borde de la piscina, dejando que sus pies se hundieran juntos, lado a lado con los de Adrián. Por un momento, ninguno dijo nada. Solo los sonidos del agua, del viento entre los árboles y alguna que otra gota cayendo al azar.

Adrián miró hacia abajo. Sus ojos se detuvieron en los pies de Lucas: eran finos, con dedos rectos, uñas limpias y una piel clara que contrastaba con la piedra oscura. Los observó unos segundos más de lo que habría sido considerado normal. Y luego, Lucas hizo lo mismo. Algo lo llevó a mirarlos… y se sorprendió al notar que se sentía atraído. No solo por la estética. Había algo más. Algo íntimo, casi vulnerable, en esa parte del cuerpo que tantos ocultan.

—Tienes pies bonitos —dijo Adrián sin preámbulos, en un tono tranquilo, como si hablara del clima.

Lucas soltó una breve risa, entre incómodo y halagado.

—Gracias. No me lo habían dicho… al menos, no así.

—Es algo que noto. Me gusta fijarme en los detalles que otros pasan por alto —respondió Adrián, mojando un poco más los suyos, como si eso los hiciera parte de la conversación también.

Lucas lo miró, sintiendo una punzada de curiosidad, de algo más profundo. Había algo en ese comentario que lo hizo sentirse visto… de una forma muy particular.

—Entonces te gustan los pies —aventuró Lucas, midiendo sus palabras.

Adrián lo miró con media sonrisa.

—Sí. Me gustan. Hay algo muy humano en ellos. Nos sostienen, nos llevan a donde queremos ir… pero también son íntimos. Vulnerables. Casi como un secreto.

El silencio se estiró, cómodo. El agua seguía rodeándolos como una nube cálida.

—A mí también —confesó Lucas, apenas un susurro—. Nunca lo había dicho, pero… siempre me he sentido atraído. No de forma fetichista, necesariamente, sino… es como tú dices. Hay algo delicado en ellos.

Adrián giró un poco el cuerpo, quedando más cerca. Sus pies, ahora casi rozando los de Lucas.

—¿Puedo tocar los tuyos? —preguntó, con una voz tan suave que parecía mezclarse con el vapor.

Lucas lo miró a los ojos. No había morbo, no había presión. Solo una honestidad vulnerable. Asintió.

Adrián extendió una mano bajo el agua y acarició lentamente el empeine de Lucas, apenas rozando con las yemas. El contacto fue eléctrico. Lucas sintió que se le erizaba la piel de los brazos. Luego, Adrián tomó uno de sus pies con ambas manos, como si lo sostuviera con respeto. Los pulgares hicieron pequeños círculos sobre el arco.

—Tienes una piel muy suave —dijo.

Lucas sonrió, cerrando los ojos.

—Y tú unas manos cálidas.

Se quedaron así varios minutos, en un masaje mutuo casi ritual, tomándose turnos para acariciarse los pies. A veces hablaban de pequeñas cosas: libros, música, lo que les gustaba del silencio. Otras veces no hablaban, solo se miraban o dejaban que el agua hablara por ellos.

Cuando el sol se escondió del todo y las luces del spa se encendieron con un brillo ámbar, Adrián tomó la mano de Lucas y lo guió hacia una de las tumbonas de piedra caliente. Se sentaron uno frente al otro, cruzando las piernas, pies descalzos tocándose.

—No sé por qué, pero siento que te conozco de antes —dijo Lucas.

—Tal vez lo que nos gusta revela más de lo que creemos —respondió Adrián.

El resto de la noche transcurrió con una naturalidad mágica. Compartieron una infusión de hierbas, se contaron historias de adolescencia, y cuando finalmente se despidieron con un beso suave sobre el empeine del otro, no sintieron que era un adiós.

Era el inicio de algo más.



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