31.5.25

RelAtO. El Armario de la Fiesta.



La música retumbaba en la casa, un latido electrónico que parecía sincronizarse con el pulso acelerado de los invitados. Luces de neón parpadeaban, proyectando destellos de rojo, azul y verde sobre las paredes, mientras el aire se llenaba de risas, conversaciones a gritos y el tintineo de vasos rojos llenos de cerveza, cócteles caseros o refrescos. Era una de esas fiestas universitarias donde el caos reinaba, pero de alguna manera todo encajaba: los cuerpos bailando en la sala, los grupos charlando en la cocina, y las parejas que se escabullían a rincones oscuros en busca de un poco de intimidad. La noche estaba viva, cargada de una energía que prometía momentos inolvidables.

Mateo no estaba seguro de cómo había terminado allí. Bueno, sí lo sabía: Lucas, su mejor amigo desde la secundaria, lo había convencido con su mezcla habitual de entusiasmo y chantaje emocional. "Tienes que salir más, hombre, no puedes pasar la vida encerrado con tus libros", le había dicho, y Mateo, a regañadientes, cedió. No era que odiara las fiestas, pero prefería la calma de una noche con una serie de ciencia ficción o una novela de misterio. Sin embargo, allí estaba, apoyado contra una pared en la sala principal, sosteniendo un vaso de soda que ya estaba tibia, observando el torbellino de gente con una mezcla de curiosidad y ligera incomodidad.

A unos metros, en un sillón al otro lado de la sala, estaba Adrián. Él tampoco era un habitual de estas escenas. Había ido porque su prima, Sofía, era amiga de la anfitriona y prácticamente lo había arrastrado. Adrián era reservado, con una presencia tranquila que contrastaba con el frenesí de la fiesta. Sus ojos recorrían la sala, deteniéndose en detalles: la forma en que una chica bailaba con los brazos en alto, el chico que intentaba impresionar a sus amigos con un truco de malabarismo con vasos. Entonces, sus ojos se encontraron con los de Mateo. Fue un instante, un cruce fugaz, pero suficiente para que ambos sintieran un cosquilleo, como si algo en el universo se hubiera detenido por un segundo antes de seguir girando.

Mateo apartó la mirada, sintiendo un calor repentino en las mejillas. No sabía quién era el chico del sillón, pero había algo en él —quizá la forma en que sus ojos oscuros parecían observar todo con una mezcla de cautela y curiosidad— que lo hizo querer mirar de nuevo. Pero no lo hizo. En cambio, se obligó a prestar atención a la conversación de Lucas, que estaba en medio de una discusión apasionada sobre fútbol con un grupo de amigos. Mateo apenas seguía el hilo, su mente atrapada en esa mirada fugaz.

Adrián, por su parte, se removió en el sillón, jugueteando con el borde de su camiseta gris. Intentó ignorar el impulso de buscar al chico de la pared con la mirada. Había notado su cabello castaño desordenado, la forma en que sostenía el vaso como si fuera un escudo, y esa expresión de alguien que estaba un poco fuera de lugar pero no del todo perdido. Adrián no era de los que iniciaban conversaciones con desconocidos, pero algo en ese chico lo hacía dudar de su propia timidez.
La noche avanzó, y la fiesta se volvió más salvaje. Alguien subió el volumen de la música, y un grupo de chicas empezó a bailar sobre una mesa, ganándose aplausos y silbidos. En medio del caos, alguien propuso un juego de verdad o reto, y un círculo irregular se formó en el centro de la sala. Lucas, siempre dispuesto a ser el centro de atención, arrastró a Mateo al juego, ignorando sus protestas. Adrián, convencido por Sofía con una mirada de "no me hagas rogar", también se unió, aunque con cierta reticencia.

El juego comenzó con retos ligeros: alguien tuvo que imitar a un cantante pop, otro enviar un mensaje vergonzoso a un contacto al azar. Las risas llenaban el aire, y Mateo, a pesar de sí mismo, empezó a relajarse. Adrián, sentado a unos metros en el círculo, también parecía más a gusto, aunque seguía siendo de los que observaban más que participaban.

Entonces llegó el turno de Lucas, quien, con una sonrisa traviesa, eligió reto. Clara, una chica con una risa contagiosa y un talento para los retos creativos, señaló hacia el pasillo. "Tienes que encerrarte en el armario del cuarto de invitados con alguien del grupo durante siete minutos. Y no, no puedes elegir a Mateo". El grupo estalló en risas, y Lucas puso los ojos en blanco, pero aceptó el desafío. Escaneó el círculo con una mirada teatral, buscando a su víctima. Sus ojos se detuvieron en Adrián. "Tú, el de la camiseta gris. Vamos, no te hagas el tímido".

Adrián parpadeó, sorprendido. "¿Yo? Eh, está bien". Se levantó, un poco inseguro, mientras el grupo vitoreaba. Mateo observó la escena, sintiendo una punzada inexplicable en el pecho. No sabía por qué, pero la idea de que ese chico, el del sillón, estuviera a punto de encerrarse en un armario con Lucas le molestaba más de lo que quería admitir.

Lucas y Adrián desaparecieron por el pasillo, y el juego continuó. Pero Mateo no podía concentrarse. Su mente estaba en el armario, imaginando qué estarían haciendo. ¿Hablar? ¿Reír? ¿Algo más? Sacudió la cabeza, molesto consigo mismo. No tenía sentido sentirse así por alguien que ni siquiera conocía.
Siete minutos después, Lucas y Adrián regresaron. Lucas tenía una sonrisa de satisfacción, como si hubiera ganado algo, mientras Adrián parecía más relajado, aunque sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas. El grupo los recibió con aplausos y preguntas curiosas, pero ninguno dio detalles, lo que solo avivó las especulaciones.

El juego siguió, y llegó el turno de Mateo. Clara, claramente disfrutando su papel, le dio a elegir: verdad o reto. Mateo, queriendo evitar cualquier pregunta incómoda, optó por reto. Clara sonrió de forma sospechosa. "Perfecto. Vas al armario. Siete minutos. Y tú…" Su mirada recorrió el círculo hasta detenerse en Adrián. "Vas con él".

El grupo estalló en silbidos y comentarios subidos de tono. Adrián se quedó inmóvil por un segundo, sus ojos encontrándose con los de Mateo. Había sorpresa en su mirada, pero también algo más, algo que hizo que el corazón de Mateo diera un vuelco. "Bueno, vamos", dijo Adrián, levantándose con una calma que contrastaba con el nerviosismo que Mateo sentía creciendo en su interior.

Caminaron juntos por el pasillo, bajo las miradas curiosas del grupo. Mateo podía sentir el peso de la expectación, pero también una chispa de emoción que no podía ignorar. Llegaron al cuarto de invitados, una habitación pequeña con una cama deshecha y un armario de puertas corredizas. Adrián abrió una de las puertas y se metió dentro, haciendo un gesto para que Mateo lo siguiera. "No es el Ritz, pero servirá", bromeó, y su voz tenía un tono ligero que ayudó a relajar un poco los nervios de Mateo.

El armario era estrecho, lleno de abrigos y cajas apiladas en un rincón. Apenas había espacio para los dos, y cuando Mateo cerró la puerta, la oscuridad los envolvió. La única luz venía de una rendija bajo la puerta, y el sonido de la fiesta llegaba amortiguado, como si estuvieran en un mundo aparte.

"Bueno, esto es… diferente", dijo Mateo, intentando sonar casual aunque su corazón latía a mil por hora. Estaba tan cerca de Adrián que podía sentir el calor de su cuerpo, y el olor de su colonia, fresca y ligeramente cítrica, llenaba el pequeño espacio.

"Sí, no todos los días terminas encerrado en un armario con un desconocido", respondió Adrián, con un toque de diversión en su voz. "Por cierto, soy Adrián".

"Mateo", dijo él, agradecido por la presentación. "Supongo que esto es lo que pasa cuando dejas que Lucas te arrastre a una fiesta".

Adrián rió suavemente. "Créeme, yo no estaría aquí si no fuera por mi prima. Estas cosas no son lo mío".

"Lo mismo digo", admitió Mateo. "Prefiero un sofá y una peli cualquier día".

"¿En serio? ¿Qué tipo de pelis?" La pregunta de Adrián sonaba genuina, como si realmente quisiera saber.

Hablaron un poco, descubriendo que compartían un gusto por las series de misterio y un odio mutuo por las películas con finales predecibles. La conversación fluía con una facilidad sorprendente, y el nerviosismo inicial de Mateo se desvanecía. Pero el espacio reducido seguía recordándoles lo cerca que estaban. En un momento, cuando Mateo se movió para apoyarse contra la pared, su mano rozó la de Adrián. Fue un contacto breve, pero suficiente para que ambos se quedaran en silencio por un instante.

"Lo siento", murmuró Mateo, aunque no estaba seguro de por qué se disculpaba.

"Tranquilo", dijo Adrián, y su voz sonaba más baja, casi íntima. "Este sitio no da mucho espacio".

El silencio volvió, pero no era incómodo. Era un silencio cargado, lleno de posibilidades. Mateo podía sentir la respiración de Adrián, lenta y constante, y se dio cuenta de que su propio corazón volvía a acelerarse. La cercanía, la oscuridad, el aislamiento del armario… todo conspiraba para amplificar cada sensación. Sentía el calor del cuerpo de Adrián, la forma en que sus rodillas casi se tocaban, y un pensamiento fugaz cruzó su mente: ¿y si lo tocaba de nuevo, pero esta vez a propósito?

"¿Puedo preguntarte algo?" dijo Adrián, rompiendo el silencio.

"Claro", respondió Mateo, su voz un poco temblorosa.

"¿Alguna vez has sentido que… no sé, que algo está a punto de pasar, pero no sabes qué es?" Adrián hablaba con cuidado, como si estuviera eligiendo cada palabra. "Como si estuvieras al borde de algo importante, pero no estás seguro de si dar el paso".

Mateo tragó saliva. Las palabras de Adrián resonaban con lo que él mismo había sentido toda la noche. "Sí", admitió. "Lo estoy sintiendo ahora mismo".

El aire entre ellos se cargó de electricidad. Mateo no podía ver a Adrián, pero sentía su presencia con una intensidad que lo desarmaba. Y entonces, impulsado por una mezcla de valentía y deseo, dijo: "Creo que voy a dar ese paso".

Se inclinó hacia adelante, buscando a Adrián en la penumbra. Sus labios se encontraron, un roce suave al principio, tentativo, como si ambos estuvieran probando el terreno. Adrián respondió al instante, inclinándose hacia Mateo, deepenizando el beso con una mezcla de timidez y urgencia. Sus manos encontraron los hombros de Mateo, y las de Mateo se posaron en la cintura de Adrián, atrayéndolo más cerca.

El beso se intensificó rápidamente, alimentado por la adrenalina del momento y la intimidad del espacio. No era solo un beso; era una exploración, un descubrimiento. Las manos de Adrián se deslizaron por los brazos de Mateo, deteniéndose en sus muñecas antes de subir de nuevo, como si quisiera memorizar cada contorno. Mateo, por su parte, dejó que una de sus manos se aventurara bajo el borde de la camiseta de Adrián, rozando la piel cálida de su cintura. El contacto envió una corriente eléctrica a través de ambos, y un jadeo suave escapó de los labios de Adrián, rompiendo el beso por un instante.

"¿Esto está bien?" susurró Mateo, su voz ronca, repentinamente consciente de lo rápido que estaban yendo las cosas.

"Sí", respondió Adrián, y había una urgencia en su tono que disipó cualquier duda. "Muy bien".

Volvieron a besarse, esta vez con más confianza. Las manos de Adrián encontraron el cabello de Mateo, enredándose en él, mientras Mateo deslizaba las suyas por la espalda de Adrián, sintiendo la tensión de sus músculos bajo la camiseta. El armario, con su espacio reducido, los obligaba a estar pegados, y cada movimiento, cada roce, encendía una chispa nueva. Había algo crudo y visceral en la forma en que se tocaban, como si estuvieran descargando meses de deseo reprimido en esos pocos minutos.
Mateo sintió el impulso de ir más allá, de explorar más, pero una parte de él sabía que estaban en un armario, en una fiesta, con un temporizador invisible contando los segundos. Aun así, no pudo resistir deslizar una mano por el muslo de Adrián, deteniéndose justo en el borde de su jeans. Adrián dejó escapar un sonido bajo, casi un gemido, que hizo que el pulso de Mateo se disparara.
"Si seguimos así, no sé si podremos parar", dijo Adrián, su voz entrecortada, pero con una sonrisa que Mateo no podía ver pero sí sentir.

"¿Quieres parar?" preguntó Mateo, aunque rezaba para que la respuesta fuera no.

"No", admitió Adrián, y lo besó de nuevo, esta vez más lento, como si quisiera saborear cada segundo.

No llegaron más lejos; el espacio, el tiempo y la realidad de la situación los mantenían anclados. Pero esos minutos en el armario fueron una revelación, un torbellino de sensaciones que ninguno de los dos esperaba. Cuando finalmente se separaron, ambos estaban sin aliento, sus frentes apoyadas una contra la otra.

"Wow", susurró Adrián, riendo suavemente.

"Sí, wow", coincidió Mateo, con una sonrisa. "No esperaba que mi noche terminara así".

"Yo tampoco", dijo Adrián. "Pero no me quejo".

Un golpe en la puerta los hizo saltar, seguido por la voz de Clara: "¡Tiempo! Salgan, tortolitos". El grupo los recibió con silbidos y comentarios subidos de tono, pero Mateo y Adrián apenas los escucharon. Sus manos se rozaron al volver al círculo, y un vistazo rápido entre ellos fue suficiente para saber que lo que había pasado no era el final, sino el comienzo.

La fiesta continuó, pero para ellos, el resto de la noche fue un borrón. Intercambiaron números antes de despedirse, prometiendo verse pronto. Cuando Mateo llegó a casa, con el eco del beso y el calor de los toques de Adrián aún en su piel, supo que esa noche, en un armario estrecho y oscuro, había encontrado algo que no estaba buscando, pero que ahora no quería soltar.

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