15.11.25

rELaTo. lO QuE nO dIjIMOs 1ª PARTE




 No sabían muy bien cuándo había empezado. Quizás nunca hubo un principio claro, porque lo suyo siempre fue eso: una línea continua, suave, sin quiebres bruscos. Desde los ocho años, cuando se conocieron en clase de primaria, Tomás y Leo habían sido inseparables. Compartían secretos, risas tontas, tardes de fútbol, series y frustraciones de exámenes. Incluso dormían juntos muchas veces, sobre todo en veranos largos o cuando uno de los dos discutía con sus padres.

Ahora, a los dieciocho, la costumbre seguía. Aquella noche era como tantas otras, aunque ninguno de los dos lo sabía todavía.

Tomás se había quedado en casa de Leo tras un día de clases especialmente pesado. La universidad era una posibilidad inminente que ambos trataban de evitar mencionar. El futuro, aunque brillante, tenía un sabor amargo cuando pensaban en que podía separarlos.

—¿Te acordás cuando nos escapamos para ver la final en casa de Nico? —preguntó Tomás, tirado boca arriba en la cama, con las manos detrás de la cabeza.

Leo sonrió en la oscuridad, apenas iluminados por el reflejo del celular que cargaba al lado de la cama.

—Y nos descubrieron porque dejaste la mochila en la casa —respondió riéndose.

Tomás lanzó una carcajada suave.

—Siempre tenés que recordármelo.

—Porque fue tu culpa —dijo Leo, rodando hacia su lado, de cara a él—. Pero igual valió la pena.

Hubo un silencio que no fue incómodo, sino más bien cargado. De recuerdos, de cosas no dichas. Estaban tan cerca que podían sentir el calor que emanaba del otro, incluso sin tocarse.

—Che, ¿vos pensás que... vamos a seguir viéndonos así? Cuando empiece la facu, digo —preguntó Tomás, de repente.

Leo dudó un segundo.

—No sé. Quiero pensar que sí.

—Yo también —dijo Tomás—. Es que... no sé. A veces siento que si no te tengo cerca, no soy yo del todo.

Leo tragó saliva. Lo miró, apenas viéndolo en la penumbra, pero sabiendo exactamente cómo era su cara incluso con los ojos cerrados.

—A mí me pasa algo parecido.

Otra pausa. Esta vez más larga. Y en medio de ella, un roce. Involuntario, o eso parecía. Los dedos de Tomás rozaron los de Leo sobre las sábanas. Y en lugar de apartarse, quedaron ahí. Quietos. Luego, lentamente, se entrelazaron.

Leo contuvo el aliento. Era un gesto tan simple, tan sutil. Pero en su estómago algo se movió como una ola silenciosa.

—¿Tomás...? —susurró.

—Estoy temblando —confesó él.

Leo también.

No sabían por qué esa noche era distinta. Quizás porque ya no podían seguir fingiendo que no sentían lo que sentían. Que las miradas demasiado largas no eran casualidad. Que los abrazos duraban un poco más. Que dormir espalda con espalda se había convertido en dormir hombro con hombro... y ahora, mano con mano.

Tomás se incorporó un poco, apoyando un codo en la cama.

—No me mires así —dijo en voz baja.

—¿Cómo?

—Como si... vos también sintieras esto.

Leo no respondió. Solo lo miró, y luego, sin pensar demasiado, se acercó apenas. Fue un movimiento torpe, tímido. Pero su frente rozó la de Tomás, que no se apartó.

Los segundos se estiraron. La respiración de ambos era lo único que se oía.

Y entonces, se besaron.

No fue un beso de película. No hubo música épica ni luces dramáticas. Fue suave. Lento. Con labios que temblaban. Un beso que llevaba años esperando, que se había construido en miradas, en risas, en silencios compartidos.

Cuando se separaron, Leo tenía los ojos cerrados.

—No sé qué significa esto —murmuró.

—Yo tampoco —dijo Tomás—. Pero no quiero que sea la última vez.

Leo abrió los ojos. Tomás lo miraba con esa mezcla de miedo y ternura que solo alguien que te conoce de verdad puede mostrar.

—¿Y si nos sale mal? —preguntó Leo.

—¿Y si nos sale bien? —contestó Tomás, encogiéndose de hombros.

Ambos se rieron bajito, como si compartieran un secreto. Y lo hacían. Aunque el mundo aún no lo supiera, aunque ellos mismos no pudieran explicarlo del todo, esa noche algo cambió.

No volvieron a hablar mucho más. Se quedaron en silencio, mirándose un rato, hasta que los párpados pesaron demasiado. Esta vez durmieron más cerca que nunca, abrazados como si ese gesto pudiera detener al tiempo.

Y quizás, en cierto modo, lo hizo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

aXiLas