28.9.25

RelAtO. Un encuentro inesperado en la consulta de urología



Era una mañana gris de otoño en Madrid. La sala de espera de la consulta del doctor Fernández, un urólogo de renombre, estaba casi vacía, salvo por dos jóvenes que aguardaban sentados en sillas de plástico azul. 

Diego, de 28 años, un diseñador gráfico con una sonrisa nerviosa, tamborileaba los dedos sobre su rodilla. Frente a él, Lucas, de 30 años, un profesor de literatura con aire distraído, leía un libro de poesía, aunque sus ojos se desviaban cada pocos segundos hacia la puerta cerrada del consultorio.

 Ambos estaban allí por la misma razón: una revisión rutinaria de próstata, recomendada por sus respectivos médicos de cabecera. Ninguno esperaba que ese día cambiaría sus vidas.

La recepcionista, una mujer de mediana edad con gafas de montura gruesa, los llamó al mismo tiempo. “Diego Martínez y Lucas Gómez, pasen juntos, por favor. El doctor los atenderá en la misma consulta para agilizar”. Los dos se miraron, desconcertados, pero se levantaron sin protestar. 

Diego, con su humor característico, susurró: “¿Qué es esto, un dos por uno?”. Lucas soltó una risita tímida, y así, con una mezcla de nervios y curiosidad, entraron al consultorio.El doctor Fernández, un hombre corpulento con barba canosa y una voz grave, los recibió con una profesionalidad que no dejaba lugar a bromas.

 “Buenos días, caballeros. Hoy vamos a realizar un examen de próstata. Es un procedimiento sencillo, pero entiendo que puede ser incómodo. Para hacerlo más didáctico, he pensado en algo poco ortodoxo: practicaremos el examen entre nosotros. Así entenderán mejor el proceso y se sentirán más cómodos. ¿Alguna objeción?”.

 Diego y Lucas se quedaron boquiabiertos. ¿Tocar la próstata del otro? ¿Y la del doctor? La idea sonaba absurda, pero el tono autoritario del médico no admitía réplicas. Además, había algo en su mirada que inspiraba confianza.Diego, siempre el primero en romper el hielo, se encogió de hombros y dijo: “Bueno, si esto es como un taller de mecánica, que alguien me pase el manual”. Lucas, más reservado, asintió lentamente, aunque sus mejillas se tiñeron de rojo. 

El doctor explicó el procedimiento con detalle: cómo ponerse los guantes, la posición correcta, la presión adecuada. Les entregó guantes de látex y lubricante, y señaló una camilla. 

“Empecemos con Diego examinando a Lucas, luego al revés, y finalmente ambos me examinarán a mí. Es una forma de aprender haciendo”

.Lucas, visiblemente nervioso, se colocó en la posición indicada, mientras Diego, con una mezcla de torpeza y concentración, seguía las instrucciones del doctor. 

“Oye, Lucas, si sientes que estoy buscando petróleo, avísame”, bromeó Diego, intentando aliviar la tensión. 
Lucas, a pesar de la incomodidad, soltó una carcajada que resonó en la sala. El doctor, con una leve sonrisa, corrigió la técnica de Diego: 

“Más suave, Martínez, no estás amasando pan”. El ambiente, aunque extraño, comenzó a relajarse.

 Había una camaradería inesperada formándose entre los tres.Cuando llegó el turno de Lucas, él se mostró más meticuloso, casi como si estuviera analizando un texto de Lorca. 

“Esto es… raro, pero interesante”, murmuró mientras seguía las indicaciones del doctor. 

Diego, ahora en la camilla, no paraba de hacer comentarios sarcásticos: “Si escribes un poema sobre esto, Lucas, quiero derechos de autor”. El doctor Fernández, por su parte, observaba con atención, corrigiendo posturas y asegurándose de que todo fuera profesional, aunque no podía evitar reírse ante las ocurrencias de Diego.

Finalmente, llegó el momento de examinar al doctor. Fernández, con una calma envidiable, se colocó en la camilla y dijo: “Ahora, caballeros, demuestren lo que han aprendido”. 

Diego y Lucas, ya más relajados, trabajaron en equipo, turnándose bajo la guía del médico. “No está mal, chicos. Podrían tener futuro en esto”, bromeó Fernández, lo que provocó risas generales. Lo que comenzó como una situación incómoda se había transformado en una experiencia extrañamente unificadora.

Al terminar, los tres se sentaron a conversar mientras el doctor anotaba los resultados.

 “Todo en orden, caballeros. Sanos como toros”, anunció. Pero la conversación no terminó ahí. Diego, con su desparpajo habitual, propuso:
 “Oye, Lucas, después de esto, creo que nos merecemos una caña. ¿Te apuntas?”. Lucas, que normalmente era reservado, asintió con una sonrisa. 

“Solo si prometes no hablar de próstatas en el bar”. 

El doctor, divertido, añadió: “Yo también me apunto, pero solo si me invitan”.

Esa misma tarde, Diego, Lucas y el doctor Fernández terminaron en un bar cercano, brindando con cervezas frías y riéndose de la experiencia compartida. Lo que empezó como una consulta médica se convirtió en el inicio de una amistad improbable. Diego y Lucas, que en principio no tenían nada en común, descubrieron que compartían un sentido del humor y una forma de ver la vida que los unía. El doctor, por su parte, se convirtió en una especie de mentor, alguien que, con su peculiar método, les enseñó no solo sobre salud, sino sobre cómo enfrentar lo incómodo con valentía y risas.

Meses después, Diego y Lucas seguían quedando para tomar algo, y el doctor Fernández, de vez en cuando, se unía a sus charlas. La consulta de urología, que podría haber sido un recuerdo embarazoso, se convirtió en una anécdota que contaban entre risas, un recordatorio de que las conexiones más inesperadas pueden surgir en los lugares más insólitos.

Entre Diego y Lucas si que se volvieron a examinar la próstata, y cada vez más a menudo, era normal verlos en casa del otro, desnudos y uno de ellos o los dos con el dedo metido por el culo del otro. Comenzaron a sentir cosas que nunca habían sentido, sus rabos por ejemplo se ponían más duros de lo normal y aunque ellos se creían únicamente heterosexuales, comenzaron a explorar al otro, hasta el punto que terminaron follando, comiendose el culo y entre risas y jadeos su vida cambió para siempre en una consulta donde les comenzarona  a enseñar como dar placer a un hombre y por donde.

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vArIeDaD De PeNes

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